Un lugar al que llegaban gentes de todos los sitios huyendo del nazismo durante la segunda guerra mundial y, a la vez, un enclave estratégico en el que convivían, sin saberlo, agentes de las SS, algunos miembros de la Gestapo, judíos, espías y estraperlistas.

Podría ser un retrato fiel de la atmósfera de Casablanca de Michael Curtiz, sin embargo, en ocasiones la realidad supera la ficción. Y este fue el caso de la Estación Internacional de Canfranc, que se convirtió durante la segunda contienda mundial en la "Casablanca" de Europa. Y ahora, en una novela.

"De la historia de Canfranc no había una novela, había treinta", explicó Rosario Raro in situ en la explanada de la playa de vías. Esta escritora segorbina ha publicado la novela Volver a Canfranc con Editorial Planeta y aseguró que tiene escrita una inédita inspirada en el mismo paraje.

El libro cuenta una historia, que transcurre entre 1943 y 1944, de unos aragoneses que se juegan la vida --y se la jugaron en realidad-- por ayudar a miles de judíos --fueron unos 15.000 los que entraron a España por la zona de Canfranc-- que llegaban al país huyendo de la pesadilla nazi. "Coger un billete en Canfranc significaba ser libre", expresó el periodista Ramon J. Campo, autor también de El oro de Canfranc y La estación espía.

BIOGRAFÍAS VITALES

Por lo complejo de la hazaña, los protagonistas de Raro son tratados como héroes porque siguen un ideal que se cita en la novela: "Solo tenemos una vida pero con la que podemos salvar muchas". Algunas de las vidas de judíos salvadas correspondieron a personajes como Josephine Baker, casada con el judío Jean Lion, o intelectuales como Alma Malher y su marido escritor Franz Werfel, los también escritores Heinrich Mann y Lion Feuchtwanger y el artista Marx Ernst.

Una de las historias ejemplares es la del jefe de la aduana Albert Le Lay --en la novela Laurent Juste--, un auténtico Schindler, que tuvo una vida paralela a la del aragonés Ángel Sanz Briz. Le Lay jugó, por un lado, facilitaba que los judíos huyesen a España y que los mensajes de la Resistencia llegaran a su destino, y por otro, permitía el transporte de oro entre Hitler y Franco. Un hecho, que según explicó Raro, se probó con el hallazgo, por Jonathan Díaz en 2000, de unas "copias en papel cebolla de las 86 toneladas de oro".

La cabeza visible de la red de contactos de esta arriesgada operación es Jana Belerma, una camarera del lujoso Hotel Internacional que se ubicaba en las plantas superiores de la estación. Y esta es apoyada por Montlum, un ayudante de panadero, el contrabandista Esteve Durandarte, el doctor Mallén y Tricio y Pilar, dueños de La Serena --en la realidad, Fonda Marraco--, el bar de reunión pero en el que se daban cita los generales alemanes, al más puro estilo Café de Rick.

INTENCIÓN CINEMATOGRÁFICA

El resultado de la mezcla de todos estos ingredientes, tras dieciséis reescrituras, es intriga, amor y crónica histórica contados desde una narrativa audiovisual consciente. "Volver a Canfranc está escrita con una intención cinematográfica, tiene sus pausas de entradas y salidas muy bien pensadas y hasta he pensado en los actores", aseguró Rosario Raro.

Por otro lado, la autora, rescatando su faceta como filóloga, no se resiste a establecer juegos con el lector. El personaje de Jana relee a lo largo de la novela El Conde de Montecristo por los paralelismos que tiene el protagonista con Durandarte, del que está enamorada; o pone sobre la mesa el enigma de las 365 ventanas que tiene la Estación de Canfranc a las que añade la "habitación bisiesta", donde se esconden los judíos fugitivos.

Raro conoció el complejo ferroviario, que en su momento se hizo valedor del apelativo "tren de la libertad", a través de "las fotografías sobre lugares abandonados" pero lo que le marcó fue "la impresión" al estar frente al edificio. "¿A que parece más una catedral que una estación?", preguntó de forma retórica.

Lo que se extrae de la historia es que la Estación de Canfranc fue un lugar de difícil acceso y de complicada huida. Un enclave en el que enemigos recíprocos compartieron vida. El epicentro de una ruta por la que los alemanes huyeron de la misma manera que lo habían hecho anteriormente los judíos. Y así, la Estación Internacional de Canfranc cerró el círculo.