EL FLAUTISTA DE HAMELÍN

AUTORES Paco García Barcos y Steve Gibson

LUGAR Galería A del Arte

FECHA Hasta el 20 de abril

Antes de los hermanos Grimm, la literatura infantil no existía; de hecho, tampoco existían los niños, a quienes se ignoraba hasta que conseguían sobrevivir, circunstancia que les abría rápidamente las puertas del mundo de los adultos. Lo cuenta Catherine Orenstein en su estudio sobre Caperucita Roja. No ha de extrañar, por tanto, que el verdadero interés de los hermanos Grimm fuera recopilar los relatos populares de Alemania, aunque sin el rigor del que hicieron gala pues apenas salieron de casa. La primera edición de sus cuentos (1812-1815) pretendió ser un documento académico de las tradiciones alemanas; sin intención de divertir. En la segunda edición (1819), decidieron dirigirse al público infantil, un mercado en alza, por lo que no dudaron en adaptar los relatos y eliminar cualquier frase inapropiada para niños, que en nada afectó al grado de violencia. Al fin y al cabo ¿qué es un personaje de cuento? Alguien que tiembla, contesta Gustavo Martín Garzo, de frío, de miedo, de placer, de pena.

El flautista de Hamelín, cuento de los hermanos Grimm, titula la exposición de Paco García Barcos (Zaragoza, 1957) y Steve Gibson (Liverpool, 1964) en la galería A del Arte. De la esencia del relato participan las historias que ambos autores plantean en sus obras hasta confluir con extraordinaria coherencia en un proyecto común: García Barcos construye el paisaje donde se sitúan las esculturas de los niños perdidos de Gibson.

La agitación de un deseo proliferante en continua expansión es el impulso que guía la configuración plástica y visual de los collages y objetos de Paco García Barcos. Como el flautista de Hamelín en su primera visita, las obras visten de colores brillantes pero, ojo, no hay lugar en ellas para juegos inocentes. Es el de García Barcos un laberinto imaginario y desbordado, solo apropiado para el extravío.

Y ese paisaje de extrañamientos que la pintura inunda con pinceladas densas y expansivas, actúa de entrada al ámbito de la galería donde se sitúan las esculturas de niños de Steve Gibson; un espacio que evoca la calle por la que desfilaron los niños del cuento el 26 de junio de 1284, a la que se llamó bunge-lose, sin ruido. Para subrayar la posición precaria y vulnerable de los niños en un mundo de adultos, Gibson coloca las esculturas sobre simples listones de madera, en tenso equilibrio; todas las esculturas siguen la misma dirección, excepto una, ajena a lo que ocurre a su alrededor. La gestualidad pictórica que Gibson logra mediante las continuas incisiones del cuter sobre las tiras de cartón que modelan las figuras, como si se trataran de grandes pinceladas de color, activa la valoración táctil de la superficie escultórica de unos cuerpos frágiles, desprotegidos y a la intemperie.