No hacen falta motivos para aproximarse al trabajo de Gonzalo Tena (Teruel, 1950) pero su doble exposición, en el Museo de Teruel y en el Museo Salvador Victoria de Rubielos de Mora, es una excusa perfecta. La textualidad de la pintura es el título que Óscar Alonso Molina ha elegido para revisar la trayectoria de Tena, desde 1971 hasta 2017, con una mirada transversal que se quiere ajena a aproximaciones retrospectivas para así evidenciar aquellas notas que singularizan la trayectoria del artista, tales como la preocupación secuencial de la imagen que organizará la sistematización serial de sus obras. Gonzalo Tena pinta y escribe. Escribe mucho y bien. Tan bien, que cuando leemos una de sus reflexiones, tan reveladoras de su pintura o del estado de la pintura, echamos en falta la edición de un libro que las reúna porque al igual que ocurre con su pintura, van sucediéndose en el tiempo como segmentos de una particular narración que se conjuga en presente continuo. Sobre su decisivo encuentro con la escritura de Gertrude Stein, escribió Tena: «Tenía que hablar de la importancia que para mí tienen sus textos sobre la práctica artística, sus conferencias norteamericanas, referirme a los escritos en donde indaga sobre el papel de la identidad, a su interés (y el mío) por las series, la repetición, la diferencia, las enumeraciones... sin olvidarme del placer de leerla. Debería referirme al presente continuo, a la relación en mi pintura entre imagen y escritura, de cómo es la relación entre cosas que no tienen relación... la gramática, la palabra. [...] No podría omitir el hincapié que Gertrude Stein hace en señalar el peligroso abismo entre la esfera de lo público y la de lo privado; la cuestión de la audiencia, el dinero, el reconocimiento, la exposición, la exhibición».

Primera muestra pop

La primera individual de Gonzalo Tena se celebró en la galería Kalos de Zaragoza, que dirigía Federico Torralba, en 1971. Mucho tuvo que ver José Antonio Labordeta. Dice Ernesto Utrillas en la biografía que se incluye en el catálogo de la actual exposición, que aquella fue la primera muestra pop en la ciudad. Tena señaló entre sus referentes a Klee, Jasper Johns, Lichtenstein, Rothko y Warhol. Pena que no conociera a Lee Lozano, al menos no la citó, porque le hubiera entusiasmado; creo. Cuando en 1974 se presentó en la galería Atenas de Zaragoza, con Javier Rubio y Broto, bajo los postulados de Pintura-Pintura, comenzó la breve historia del grupo ligado a la revista Trama que Javier Lacruz ha estudiado en profundidad. «Nuestra historia de grupo empieza ahora hace tres años en la decisión unitaria de reconsiderar nuestro trabajo anterior, a partir de unas bases teóricas comunes y de una estrategia de intención también común, haciendo hincapié sobre todo en una intensificación de la práctica propiamente dicha, del pintar», escribió J. Rubio en el número 0 de la revista (1976). Tena colaboró en la redacción de los textos que se publicaron en los catálogos del grupo y escribió sus propias reflexiones.

En la exposición 10 Abstractos (Buades, 1975) atendió al proceso de su pintura: «Las primeras aplicaciones en toda la superficie del cuadro en las que el placer de extensión de la pintura toma un papel predominante [...] El cuerpo entra en juego, las capas de pintura se aplican sin que la anterior se haya secado, entremezclándolas, removiéndolas [...] El cuadro aparece como espacio donde el sujeto se enfrenta a lo que excede, a su goce, a su sexualidad, al inconsciente que surge como condición de la pintura, dicción que habrá que descifrar en su articulación a una cadena infinita». Sobre la importancia del color escribió en el nº 0 de Trama: lo único que persiste en los estados del proceso de la pintura es «elegir el color, escoger el color y sacar una lección de la elección». Pasaron los años y se confesó perplejo ante tantas explicaciones teóricas para avalar el ansia de pintar. De los años 80 es el texto Sucio oficio sobre la mancha de la pintura: «Este loco intento de arrancar un punto de luz hay que pagarlo. Y, así, la pintura se venga y nos ensucia [...] las manos se manchan, y parece necesario seguir teniendo la santa simplicidad de, cuando preguntan por nuestras manos tan sucias, seguir respondiendo que no, que no es suciedad, que es pintura». En la serie dedicada a Peter Bruegel el Viejo, Tena insistió en el goce físico de la práctica de la pintura que compara con el que pueden sentir los niños de Bruegel al remover, jugando, la mierda en un palo. El color se asocia al dolor en su obra tras leer a Wittgenstein. Y a su férrea voluntad de permanecer en la escritura para bordear abismos, Gonzalo Tena saca a la luz, desde las profundas tinieblas, aquello que está escondido. Aunque parezca ocultarlo.