«¿Qué animal es este? ¡Una rana!», respondían los niños. La Feria del libro de Zaragoza, situada en la plaza del Pilar, volvió ayer a congregar a multitud de curiosos que se acercaron a comprar, ojear, entretenerse y, en definitiva, «echar un rato», como dijo Teresa, una de las madres que acompañó a sus pequeños al cuentacuentos que Sandra Araguás impartió y a la que más de una decena de niños observaban atentos.

El ambiente estaba animoso, y es que, conforme se acerca el fin de semana las ventas y los visitantes van aumentando, según apuntaron varios libreros. «Entre semana afloja un poco, pero las firmas de autores conocidos animan mucho la plaza», dijo Javier Lahoz, de la Librería Central. «La gente está preguntando mucho por autores aragoneses, como Martínez de Pisón o Corral, pero la venta se reparte mucho. Obviamente, lo que más vendemos son los libros de los autores que vienen a firmar», añadió.

Rostros conocidos

Precisamente, a su lado se encontraba Luis Zueco, que recientemente ha publicado la tercera parte de su trilogía medieval, El monasterio, y que estuvo bastante ocupado firmando su obra durante la tarde. Delante de él una señora curiosa, Paquita, preguntaba con incredulidad si de verdad era Luis Zueco ya que, según dijo, era su autor «favorito». «Vaya por dios, tengo todos sus libros y no sabía que venía a firmar», comentaba apenada. Juan Bolea, otro de los autores consagrados en nuestra comunidad, también estuvo ayer firmando ejemplares y respondiendo a las preguntas de los curiosos, aunque según admitió, nunca desvela sus secretos. «La gente quiere saber de dónde surgen las historias, pero yo no lo cuento», rió.

Junto a los autores más reconocidos, había otras que se estrenaban en la feria este año, como Marta Miguel, que esta semana ha presentado su relato La odisea de un robot. Y mientras los paseantes se amontonaban en los escaparates de las casetas, una treintena de personas asistían a la presentación de Bowie, el libro ilustrado de María Hesse, que después estuvo firmando ejemplares.

Entre los paseantes, muchos eran niños, alguno de los cuales apenas alcanzaba a mirar por encima de los mostradores. «Ella lleva su monedero y decide qué comprar», decía Judith sobre su hija. Por su parte, Alejandra y María daban su paseo de todos los años. «Nosotras nos hicimos amigas gracias a los libros. Nos encanta leer a las dos. Desde que somos pequeños, que empezamos con los cuentos, hasta de mayores, los libros nos acompañan a lo largo de la vida», dijeron.