En los últimos tiempos, el cine de Tim Burton parecía haberse convertido en una caricatura de sí mismo. Sus últimas películas no paraban de dar vueltas en torno a las mismas ideas sobre las que había basculado buena parte de su filmografía, provocando que ese sello de prestigio que había acuñado gracias a su poder imaginativo terminara devaluándose.

En su anterior película, Big eyes, el director intentó cambiar de registro sin fortuna para configurar un atípico biopic en torno a un personaje femenino a la sombra de su marido, el de Margaret Keane, verdadera autora de esos retratos de niños de mirada triste que dieron la vuelta al mundo y a través de los que intentaba expresar su desconcierto frente a la realidad que la rodeaba.

De hecho, esas criaturas desamparadas, perdidas, solas e incomprendidas han formado desde siempre parte del firmamento Burton y ahora las recupera con todo su alcance simbólico en El hogar de Miss Peregrine para niños peculiares, la adaptación de la novela de Ramson Riggs que se convirtió en un éxito de ventas dentro de la literatura infantil y juvenil gracias a la sutil mezcla de elementos excéntricos y macabros pero a la vez llenos de sensibilidad. Pero lo que más llamó la atención del proyecto por parte de Burton fueron las fotografías antiguas que aparecían en el interior del libro y que exponían en imágenes todo el universo creativo del relato. «Me gustó cómo Riggs se aproximaba a los personajes a partir de esas instantáneas y cómo se convirtieron para mí también en el vínculo de entrada a la historia y todo el mundo que desplegaba a su alrededor».

CELEBRAR LA RAREZA

Para un director de una potencia visual tan desarrollada, el poder evocador y misterioso que contenían estas imágenes constituyeron un auténtico regalo. El otro elemento de interés para Burton fue la propia idiosincrasia de los personajes. «Cuando eres niño siempre sientes dentro de ti que eres diferente a los demás. Es algo que nunca se olvida y que permanece contigo. En este caso queríamos celebrar la rareza como algo bonito y especial, sobre todo en un mundo tan homogéneo como el actual».

La película nos adentra en el camino de búsqueda de un preadolescente, Jake (Asa Butterfield, el Hugo de La invención de Hugo). De búsqueda de sí mismo, pero también de los secretos heredados de su abuelo (Terence Stamp) y de las historias que le contaba sobre un lugar donde los niños tenían habilidades especiales y donde se mantenían a salvo de la realidad gracias a encontrarse atrapados en un bucle temporal.

Finalmente conseguirá llegar y allí conocerá a Miss Peregrine, encarnada por Eva Green, convertida en guardiana y protectora de esos niños peculiares».

PLOMO EN LOS ZAPATOS

Allí Jake por fin se sentirá integrado en compañía de toda una troupe de nuevos compañeros que, como si fueran una pandilla infantil entre los X-Men y los aprendices de magos de Harry Potter, son capaces de realizar cosas tan variopintas como dar vida a objetos inanimados, tener sueños proféticos o lanzar fuego con los dedos y entre los que también se encontrará con Emma (Ella Purcell), una chica que no se rige por las leyes de la gravedad y que tiene que ponerse plomo en los zapatos para no salir disparada por los aires.

Pero como en todo cuento de hadas con un lado oscuro, nuestro héroe también tendrá que luchar contra un antagonista, Barron (Samuel L. Jackson), un siniestro personaje que adopta una forma monstruosa que nos remite al villano de Pesadilla antes de Navidad.

Burton utiliza todos estos elementos para configurar un relato fabulador a través de la mirada infantil, no muy alejado de otras dos películas recientes que abordan los límites entre la realidad y la fantasía como son Mi amigo el gigante, de Steven Spielberg, y Un monstruo viene a verme, de J. A. Bayona, donde los protagonistas también escapan del mundo que les oprime para sumergirse en aventuras que les harán reafirmarse en su identidad a través de la imaginación.

IMAGINERÍA VICTORIANA

El director recupera así el espíritu ensoñador de Big fish y despliega una imaginería a medio camino entre la estética camp y la victoriana, entre la luminosidad y la oscuridad que siempre ha caracterizado su cine y que de nuevo vuelve a recobrar con un espíritu renovado. Puede que en ocasiones la aparatosidad de los efectos especiales vuelva a resultar demasiado fagocitadora, aunque intente adaptarla a las necesidades de la historia y no simplemente usarla como marco ornamental, más avasallador que sustancial. Quizás porque en esta ocasión, sus seres vuelven a tener alma y no están aprisionados por un decorado que los asfixia y anula.