La presencia de los oráculos en forma de cámaras de televisión es un indicio de la excepcionalidad del estreno. Se trata de una única función de 24 horas de duración, creada por el osado Jan Fabre. En Mount Olympus. To glorify the cult of tragedy, Fabre pone a dialogar su universo híbrido de teatro, danza y plástica para dar forma a una fiesta dionisiaca. Como en la Grecia antigua, la celebración se prolonga toda una jornada y combina música, baile, tragedias y momentos de locura y desenfreno inspirados en las mitificadas bacanales orgiásticas. Dionisio/Baco cose la sucesión de narraciones esquematizadas, hipnóticas coreografías reiteradas y fragmentos de performances que navegan entre la belleza esencial del ritual y la investigación de la parte más grotesca de la figura humana.

La fuerza de los 33 mitos invocados en clave solemne (Edipo, Medea, Antígona...) aporta la parte más sustanciosa de la ceremonia que luego, en contraste, permite bajar a la arena del contenido más polémico y comentado: muecas salvajes, animales muertos, bailes de penes saltarines, cuerdas que salen de vaginas, puño que entra en ano o, incluso, la supuesta ironía de algunos discursos misóginos. La oposición entre lo sublime y la escatología sangrienta y sexual es llevada al extremo.

Y tanta intensidad necesita pausas. Como el espectáculo solo tiene tres (con los actores durmiendo en escena), los sacrificados participantes externos podemos salir y entrar de la sala a voluntad, o rendirnos a Morfeo en los espacios habilitados para dormir. En la cafetería, también abierta 24 horas, nunca sirvieron tantos cafés.

Entre ojeras y falta de ducha, entre realidad escénica y agotamiento, Fabre ha logrado su objetivo, embarcarnos en la épica de su catarsis griega. Y por eso, los performes reciben más de 10 minutos de ovación. Ellos devuelven el aplauso al público que también por su resistencia se ha ganado un pedestal en el Olimpo de las gestas teatrales.