Beber hasta no poder más, boxear dentro y fuera del cuadrilátero, amar dentro y fuera del matrimonio, casarse hasta seis veces con mucho ruido y mucha furia y concebir hasta ocho hijos, como los viejos patriarcas de los antiguos clanes. Norman Mailer era más grande que la vida y se construyó esa imagen a golpes, procurando que las cámaras estuvieran cerca y captaran su mejor perfil.

Entró en la escena literaria como elefante en cacharrería recogiendo el testigo y la bandera de la testosterona de papá Hemingway. En los felices 60 dedicó a los movimientos de liberación femenina los peores epítetos instalado en su seguridad de protomacho --entre otras muchas lindezas sostuvo que una mujer jamás podría escribir tan bien como un hombre-- pero eso no impidió que las mujeres se acercan a él como abejas a la miel.

A Beatrice Silverman, su primera esposa con quien se casó en 1944 poco antes de partir para el frente del Pacífico, le cupo el honor de encabezar la lista. A principios de los 50, el matrimonio empezó a hacer aguas. Mailer conoció entonces a la explosiva Adele Morales, medio española y medio india, que anteriormente había sido amante de Jack Kerouac. Les une el alcohol, el sexo tirando a salvaje y las broncas desmedidas. En una de esas, el escritor le asestó la célebre puñalada con una navaja que llevó a Morales al hospital y a Mailer a un arresto domiciliario de cinco años. Se libró de la cárcel porque su mujer decidió no testificar en su contra. Ella se guardó todo el veneno acumulado para verterlo con más provecho algunas décadas más tarde, en el 2000, en sus memorias, La última fiesta, a modo de ajuste de cuentas con su ex.

Le siguió el fugaz matrimonio (1962-1963) con lady Jean Campbell, con la que el chico rudo de Brooklyn jugó al refinamiento británico. Y la aventura aún hubiera podido durar menos si a Mailer no le hubiera gustado pasear en helicóptero con su complaciente suegra.

Con Beverly Bentley (1963-1980) llegó a una de sus más largas etapas sentimentales, formalmente, pero también más entretenidas. Escribió entonces Prisionero del sexo (1971), posiblemente la cumbre de su desprecio a la mujer, género al que dibuja con los perfiles más simplistas. El libro estaba dedicado a Carol Stevens, su amante, embarazada por aquel entonces de él y que nueve años más tarde se convertirá en su esposa número cinco. La presentación de ese libro también le colocó en el top ten de los mejores momentos televisivos al llegar a las manos con Gore Vidal en un cara a cara entre ambos autores, antes amigos.

En 1980 se divorció de Bentley, se casó y se divorció de Stevens y... volvió a casarse, esta vez definitivamente con la modelo Barbara Church. Ésta le impuso la castidad extramatrimonial y el ultimatum de tomar ella las riendas de la familia, Mailer aceptó porque ya no era el toro saludable de otros tiempos. La artritis y la edad suavizaron sus maneras y su machismo.