Ayer se entregaron los premios Cálamo, instituidos y organizados por la librería que luce tan plumífero nombre. Al final, el galardón que distingue a la mejor obra publicada en 2016 recayó en el interesante ensayo de Sergio del Molino, La España vacía. Pero con anterioridad yo hubiera apostado por la novela Patria, de Fernando Aramburu, que siendo ficción constituye una de las mejores reflexiones sobre aquel fenómeno (conflicto, terrorismo, lucha armada o como se le quiera denominar) que ensangrentó Euskadi y España entera durante decenios.

Patria (entre cuyos escenarios figura la Zaragoza frecuentada por estudiantes vascos) se introduce en los pesamientos y los sentimientos de sus personajes para describir, con acierto, precisión y una mirada bastante circular, lo que sucedió; o sea, lo que les pasó a miles de personas concretas: el dolor, la victimación, la rabia. Entonces, el lector ha de preguntarse) cómo fue posible que gente de una de las regiones (o naciones, si les place) más ricas y cultas de Europa se lanzara a una guerra sin sentido, sin razón alguna, creyéndose otros, perdiendo la razón y pervirtiendo las emociones. Visto con perspectiva resulta tan increíble como desolador.

Porque aquel dolor no sólo habría de ser gratuito sino absolutamente inútil. Cuando ETA cesó definitivamente el fuego, ya sin organización, sin nuevos reclutas que no fuesen perfectos descerebrados y sin proyecto estratégico alguno, en realidad nada había cambiado desde 1978. Terrorismo, guerra sucia, mil asesinatos, mil encarcelados casi de por vida... para volver al principio y que, definitivamente, los emboscados en el mundo civil abertzale ocupasen cargos, mientras quienes dieron el paso y aceptaron ser gudaris se quedaban en el mako, destrozados física y psicológicamente.

Aramburu ha sido muy celebrado por esta magnífica narración. Con ella se certifica que ETA, además de haber perdido en el terreno militar, perderá también en el de la literatura. A la postre, todos habremos perdido algo. ¿Por la patria?