Diversas fuentes empresariales lo confirman: en Aragón faltan profesionales titulados de alta cualificación. Los sectores que ya manejan tecnología de última generación y que trabajan con la innovación constante como premisa fundamental se quejan de que no encuentran jóvenes titulados que respondan a perfiles específicos: especialización, ciertas experiencia, idiomas... De hecho, este tipo de futuros empleados son ya marcados e incluso fichados cuando todavía están en la universidad, de la que, se supone, salen directos a un puesto de trabajo. Se confirma así el principio de que el mercado laboral evoluciona en un único sentido: la búsqueda de conocimiento como factor esencial para cualquier valor añadido. Es cierto que, de manera simultánea, las actividades que requieren una mano de obra extensiva pueden nutrirse sin mayor problema de una bolsa de parados integrada por quienes carecen de cualificación o solo la poseen en un nivel medio-bajo. Pero no es ahí donde está el futuro.

Hablamos constantemente de I+D+i, pero ni las administraciones públicas ni mucho menos la sociedad civil han apostado aún por volcarse en esa vía. Es más simple dejarse llevar por una economía dependiente y escasamente sofisticada que ponerse en línea con los últimos desafíos tecnológicos; es más fácil promover el desembarco de empresas ajenas que traen aquí sus centros para manipulados simples que incentivar la actividad investigadora e industrial más avanzada. Y de alguna manera, tanto los responsables políticos y sociales como gran parte de la ciudadanía se han resignado a dejar que inventen otros. En Aragón, como en el resto de España, la ciencia y sus aplicaciones han sido abandonadas a su suerte. La inversión ha caído en picado, los programas a medio plazo casi han desaparecido, el apoyo a las empresas realmente novedosas se pierde en el pantano del tráfico de influencias.

Pero Aragón sí posee recursos capaces de satisfacer de manera adecuada las necesidades de una industria puntera. La Universidad de Zaragoza dispone de centros prestigiosos cuyos titulados deberían contribuir de forma decisiva al desarrollo de su tierra. Los dos campus, el tecnológico y el científico, suman capacidad investigadora y formativa más que suficiente. Es preciso pues poner estos activos al servicio del desarrollo regional. Hay que creérselo... Y llevarlo a cabo.