El debate político en las Españas es tan garrulo y tan absurdo que ahora se discute si existe alguna relación entre Ciudadanos y Falange, o si cuando decimos que el partido de Rivera y Arrimadas desborda al PP por la derecha estamos llamando fascistas a sus orgullosos militantes. Hombre no: los de C’s no son fachas sino una especie de liberalconservadores que empezaron su particular odisea reivindicando el centro suarista (que era un centro muy social, lo que precipitó su destrucción desde dentro) sin darse cuenta de que el éxito de UCD se debió no tanto a su ubicación en la zona media del espectro ideológico, sino a que previamente contaba con la mayor parte del voto conservador. Está claro que si Suárez y los suyos no les hubiesen escamoteado el grueso de la derecha a los Siete Magníficos de Alianza Popular, jamás podrían haber ganado las elecciones, porque el centro puro puede ser decisivo como refuerzo, pero por sí mismo no conduce a la hegemonía electoral.

Ahora Ciudadanos consterna de derecha a izquierda porque ya no reivindica solo el centro, sino que gracias a la crisis catalana y el desbarre independentista ha logrado extenderse con éxito a espacios de derecha-derecha. El PP, por contra, presenta un aspecto muy ajado, no ha logrado quitarse el sambenito de la corrupción (no puede hacerlo porque está muy pringado), se ha desgastado y aunque sigue disponiendo de un suelo muy firme sus expectativas electorales no mejoran (al menos según las encuestas): están clavados por debajo del 30%. Al parecer, Rajoy no rentabiliza ni el 155, ni el unionismo españolista ni el control de RTVE y el apoyo de importantes medios privados.

Es verdad que Ciudadanos está recibiendo desde el primer día un trato exquisito por parte de los creadores de opinión pública, en contraste con el sistemático apaleamiento de Podemos. Pero además de eso ha acertado con un argumentario sencillo y efectivo, de la misma forma que el otro partido nuevo está cada vez más descolocado. De momento, a ver qué pasa el 21-D.