Pedir a los empresarios que eviten despidos y a los trabajadores que moderen sus reivindicaciones salariales, como doctrina de referencia en el llamado diálogo social. Y además ayudar a las empresas con dinero oficial en ciertas condiciones, recolocar a trabajadores de la construcción, austeridad en el gasto público, y muy poco más puede hacer el Gobierno de la nación para luchar contra la crisis económica. Al menos que lo parezca a escala nacional, en cuyas coordenadas la eventual eficacia de la lucha tampoco serviría para eludir las consecuencias de un seísmo internacional.

El epicentro verdadero no lo conocemos, aunque la mayoría de las hipótesis apuntan hacia la falta de liquidez financiera en el área norteamericana. De todos modos, el conocimiento de la causa última tampoco nos consuela si no encontramos el modo de proyectarlo en una buena terapia. Y hasta ahora la verdad es que sigue reinando la perplejidad. La sensación de estar atrapados en un desordenado cruce de mensajes contradictorios.

Opiniones las hay de todos los colores. Sobre este modo de combatir el síntoma, la falta de liquidez, pero también sobre el fondo de la cuestión: el intervencionismo. El mundo al revés. En el paraíso ecológico de la socialdemocracia, la Europa protectora rechaza el socorrismo estatal para empresas en apuros. Sin embargo, es la América neoliberal del libre mercado y el sálvese quien pueda la que pone dinero de los contribuyentes al servicio de gigantes financieros en peligro de quiebra.

Interesantes asuntos para reflexionar. Pero en nuestro particular debate doméstico sobre la crisis económica, la pedagogía es un bien muy escaso. Escuchando a Rajoy y Zapatero se llega a la conclusión de que la crisis económica es un asunto demasiado serio como para dejarlo en manos de los políticos. Sobre todo los españoles, por lo cerca que nos caen. En mi opinión, han convertido en un debate basura sus diferencias. Nada tan hueco, pues, como ese brindis de Zapatero al reclamar una cierta pedagogía para aliviar la angustia de los ciudadanos ante un horizonte cargado de nubarrones. Por su parte, Rajoy se muestra incapaz de ir más allá del desgaste por el desgaste en su estrategia de acoso al presidente del Gobierno. Es como si de la crisis esperase el milagro que no se produjo en las urnas de marzo. Periodista