La recuperación de los mercados bursátiles de ayer guarda proporción con las caídas de jornadas anteriores. Sucedió en todas la plazas financieras y es solo aparente, porque responde al cortoplacismo con que actúan las autoridades monetarias, obsesionadas por evitar el colapso del sistema financiero, aunque sea a expensas de sus efectos en un par de años. El repunte de ayer se debe a la receta de urgencia que se está gestando entre el Departamento del Tesoro, la Reserva Federal (Fed) y el Congreso de EEUU para la creación de una agencia estatal ---de contornos aún borrosos-- que asumiría todas las inversiones de alto riesgo de los bancos y compañías de seguros que son de difícil recuperación, total o parcialmente. Algo así como un servicio público de recogida selectiva de basura financiera, sin renunciar a las posibilidades de reciclaje y venta posterior. Esta propuesta, de altísimo coste, volverá a poner en cuarentena la maltrecha cotización del dólar.

UN MAL MENOR Dada la magnitud del caos mundial que han generado los gestores temerarios que han pululado por Wall Street y demás plazas financieras los últimos años, amparados por la doctrina de relajación total de controles que ha patrocinado la Administración de Bush, la solución que ahora se propone hay que aceptarla como un mal menor, vista la convulsión de los mercados. Pero hay que tomar nota de que en el desafío entre especuladores sin escrúpulos y autoridades monetarias de EEUU y de la UE, van ganando los primeros. En situaciones límite como la que hemos vivido las últimas semanas, ha de aparecer el dinero público, obligado a evitar males mayores.

URGEN OTRAS SOLUCIONES El corto plazo --salvar el sistema vigente como sea-- no debería ocultar las consecuencias a medio y largo plazo. El chute de liquidez que proporcionan los bancos emisores del mundo desarrollado aspira a que sigamos como estamos, al menos, por un par de años. Pero si se asume la teoría cada vez más extensa de que esta crisis financiera es la peor desde el crack de 1929, hay que empezar a buscar soluciones similares a las que trataron de asegurar que no se repetiría.

Si hay que aceptar, para evitar el pánico, el trágala de que el sector público asuma las inversiones de alto riesgo que hicieron los bancos de inversión, también hay que exigir que los gobiernos de los países afectados del mundo desarrollado se den cita para crear las normas necesarias para que esta debacle no vuelva a suceder.