En fecha reciente, un documento del Fondo Monetario Internacional, reservado pero conocido, urgía a solucionar la inquietud generada por una gran entidad española. Todo el mundo pensó en Bankia. La semana pasada, en Barcelona, el presidente del Banco Central Europeo dijo que debía acelerarse la reforma financiera. Otra vez salió el fantasma de Bankia, que pese a los progresos realizados --salida a bolsa, cierre de 800 oficinas y fuerte reducción de personal-- seguía generando rumores. El último, por la presentación con retraso de unas cuentas no auditadas de las que se deducen unos activos problemáticos en el sector inmobiliario de casi 32.000 millones de euros. No es una cifra a despreciar, ya que equivale a algo más del 3% del PIB español.

El caso Bankia, esto es, la fusión de siete cajas afectadas por el pinchazo del boom inmobiliario, es el más espinoso de los que quedan por resolver en orden al saneamiento de las antiguas cajas. Y era también un problema político, porque Caja Madrid estaba controlada por la Comunidad de Madrid de Esperanza Aguirre y porque Bancaja (antigua Caja de Ahorros de Valencia) estuvo ligada a los gobiernos populares de Eduardo Zaplana y Francisco Camps en Valencia.

A principios del 2011, el Gobierno de Zapatero y el Banco de España intentaron una solución no traumática pactando con Rajoy y Aguirre el nombramiento de Rodrigo Rato al frente de Bankia, pero es evidente que los problemas no se han solucionado, al margen de que la crisis daña los activos de todos los bancos, incluso los bien gestionados.

Ahora Rajoy se ha decidido a afrontar el caso inyectando a Bankia 7.000 millones de euros de dinero público (eso sí, a un interés del 8%) y relevando a su equipo directivo. Rato ha presentado la dimisión y propone a Ignacio Goirigolzarri, que tiene fama de buen gestor. Ha sido una dimisión forzada para evitar que los rumores sobre Bankia siguieran perjudicando a la banca española en su conjunto y para intentar cerrar la reforma financiera. Rato ha gestionado el banco con determinación y lo ha sacado a bolsa, pero quizá era ya demasiado tarde. Y el Gobierno de Rajoy también ha dudado en exceso.

Ahora hay que encarecer que el proceso iniciado se desarrolle con rapidez y que sea el punto final (o casi) de la crisis del sistema financiero. La fluidez del crédito a las empresas --necesaria para salir de la crisis-- lo hace imprescindible.