Supongan que deben visitar un matadero industrial. Entran por la puerta, saludan al director y este, con la mejor sonrisa, les asegura que, aunque allí son sacrificados cientos de animales al día, su vida (la de ustedes) no corre ningún peligro. ¡Ostras! Avanzan y cada empleado con el que se cruzan les tranquiliza igualmente: no se asuste, amigo, no le atontaremos ni degollaremos ni descuartizaremos. Bueno, si de mí se tratara, les aseguro que al cabo de un ratito estaría deseando salir de naja. Por si acaso, oye, que cuando te certifican algo con tanta insistencia es que te están preparando la contraria.

Estos días me pasa lo mismo con el Estado del bienestar. Conservadores y socialistas proclaman a cada minuto que están tomando todas las medidas necesarias para garantizar su continuidad. Lo dice doña Soraya con su mejor cara de alumna aplicada, Rubalcaba con ese gesto suyo destinado a transmitir sinceridad y confianza, el portavoz Blanco, el experto Montoro... también nuestro consejero de Economía y Hacienda, el ínclito Mario Garcés, ha prometido que sus ajustes respetarán el gasto social. A estas alturas, sin embargo, tan reiterado sonsonete empieza a sonar fatal. Más desde que los padres y madres de la patria (los de PSOE y PP) han decidido por nuestro bien establecer un tope en el gasto público, lo cual a priori parece cosa razonable pero abre la puerta a un desguace paulatino del sector público, pues si se sigue reduciendo la presión fiscal y en consecuencia los ingresos bajan aún más, la inmediata será jibarizar los presupuestos del Estado en todos sus niveles hasta que el pretendido bienestar toque fondo.

Ni un sólo jefe, de esos que nos garantizan el futuro de los servicios generales, la asistencia social, el seguro de desempleo y las pensiones, ha explicado de manera rotunda dónde meterá la tijera para realizar un ajuste aceptable. Nadie habla de frenar los proyectos disparatados, suspender las actividades superfluas, congelar las infraestructuras insostenibles y poner fin al despilfarro. Aún no hemos pasado de esos vagos compromisos relativos a la reducción de cargos y coches oficiales. Me invade el malestar. Se lo juro.