Cuando la UE ha dicho que España perderá en el 2012 un uno por ciento de su PIB, el presidente Rajoy se ha apresurado a rectificar el dato: la recesión será mayor, ha dicho más campante que nunca; aunque, eso sí, nuestro país cumplirá sus compromisos en materia presupuestaria y seguirá autoasfixiándose para dar gusto a Merkel y Sarkozy. El capital financiero exige ortodoxia y eso es lo que va a tener; la derecha política reclama la destrucción del sector público para empobrecer y exprimir a las clases medias (a los trabajadores, se entiende) y eso es lo que obtendrá. No faltaba más.

La economía española, muy tocada por la explosión de la burbuja inmobiliaria, las debilidades de un sistema productivo poco eficiente y una política de escaparate y oropel, es como un enfermo que va a ser tratado con la praxis médica del siglo XVII. ¿Está pachucho el paciente? Pues nada, sangría y dieta. Y si no mejora, más sangría y más ayuno, hasta que se limpie. Tal vez se muera pero eso será porque la cosa no tenía remedio.

Rajoy alberga unas intenciones que sólo el conoce. Algunos aseguraban que el presidente del PP y del Gobierno español es un hombre templado y moderado. No parece tal. Se le ve más bien como un conservador duro, un tipo de derechas de toda la vida que tal vez no tenga más fuste intelectual que Zapatero, pero a cambio lucha por unos objetivos mucho más claros que su antecesor. Un nacionalcatólico sazonado con tesis ultraliberales siempre va a tener mucho más carácter que un socialdemócrata pasado por agua.

Ahora bien, el viento está rolando en los últimos días. El sopor ha dado paso al desconcierto, el desconcierto al miedo y el miedo a la indignación. Crece el cabreo. Y ahora, los mismos que antes ponían en valor aquel clamor en las calles contra el matrimonio entre homosexuales o contra el diálogo con ETA, argumentan que no vale responder con manifestaciones o huelgas a las medidas gubernamentales (a las actuales, claro). Pues vale. Mas por mucha mayoría absoluta que se ponga sobre la mesa resulta que el enfermo no quiere sangrías ni dietas. Luchará por su vida. Qué remedio le queda.