Leer despacio la triste historia de cómo Tata Hispano fue medio regalada a los indios, subvencionada y apañada, para que éstos acabasen hundiéndola desde dentro y saqueando su hnow how tecnológico, produce un fatigoso desaliento. Lo mismo que conocer la retorcida relación entre el Ayuntamiento de Zaragoza y sus contratistas (AUZ, FCC, Decaux...). La capital aragonesa puede quedarse sin marquesinas ni adornos (y casi sin autobuses, ¿no?). Es decir, el universo de lo público-privado resulta ser un traicionero pantanal donde solo saben orientarse los avisados, los que tienen padrinos y amigos, los que juegan con ventaja.

Aliaga, el consejero de Industria del Gobierno de Aragón, sospecha que los directivos de Tata Hispano le engañaron. Si fue así, convendrá el bueno de Arturo en que no han sido los únicos que le han dado gato por liebre. En realidad, los embusteros y mangantes han ido y venido por el Pignatelli como Pedro por su casa vendiendo polígonos en Mallén y fábricas de avionetas en Villanueva, trajinando facturas (inflamadas) de las obras de Plaza, ofreciendo (y colando) depuradoras tan caras como desmesuradas y obteniendo pasta contante y sonante a costa del contribuyente. En Tata Hispano, como en otras factorías hechas o por hacer (no nos olvidemos de la reindustrialización de las cuencas mineras), los emprendedores lo han tenido a huevo. Al igual que el Ayuntamiento de Zaragoza ha sido pan comido para las grandes empresas de servicios.

Aragón ha tenido en estos años de recesión un desplome empresarial brutal. Es lamentable, pero tampoco podíamos esperar otra cosa teniendo en cuenta la naturaleza dependiente y frágil de nuestra economía regional. Imaginen lo que podría pasarnos si se cae la Opel. Pero no nos amarguemos, que todo anda manga por hombro. Ahora mismo, según acabo de leer, el Estado (o sea, nosotros) tendrá que pagar un mínimo de 1.700 millones de euros a Florentino Pérez y otros inversores si por aquello de los terremotos se anula la licencia para almacenar gas en el subsuelo de la costa mediterránea. Lo de siempre: beneficios privados, pérdidas públicas.