El caso de los motores de Volkswagen que simulaban ser más ecológicos de lo que realmente son tiene aún importantes interrogantes. El principal es por qué VW y sus otras marcas se jugaron el prestigio en un mercado en el que partían en inferioridad como es el de EEUU, que puede ser más estricto con las emisiones contaminantes de los diésel porque tiene un parque de estos vehículos menor que Europa (1% frente al 53%). Si la respuesta es que la pugna por el liderazgo mundial obnubiló a sus dirigentes, eximios representantes de un país sinónimo de rigor, la conclusión es que la competitividad desmedida se vuelve contra quien la practica. Lo que más importa ahora es sentar las bases para que no pueda repetirse un escándalo similar. La cautela de la UE es lógica porque la automoción es capital. Sería suicida que, para dar una respuesta rápida a la irritación de los consumidores, se tomasen medidas pretendidamente ejemplarizantes pero poco operativas y contraproducentes a medio plazo. Lo importante es renovar el compromiso para avanzar en la disminución de emisiones contaminantes de los coches. Un camino arduo pero ineludible.