En recuerdo a León Buil y Paco Pérez

Desde Euro-Merkel resuenan amenazantes advertencias de que con este presupuesto no vamos a poder cumplir con los objetivos de déficit. Exigen otra vuelta de tuerca con los recortes y padecimientos subsiguientes. Últimamente solo parecen llegar malas noticias desde Europa. ¡Qué tiempos aquellos en que aterrizaban los fondos de cohesión por España, qué alegría de vivir! Hoy las circunstancias son muy distintas a las de hace 25 años y hemos de abordar nuevas soluciones, empezando desde la izquierda por ser autocríticos y asumir errores pero sin caer en el euroescepticismo por la cuenta que nos trae. No es que necesitemos más Europa, lo que urge es otra Europa que democratice la globalización, que anteponga el bien común a la especulación financiera y que desarrolle una tributación transnacional, empezando por perseguir los paraísos fiscales.

Ahora bien, no toda la culpa es de las instituciones europeas germanizadas que vienen con nuevas exigencias. Es verdad que su cuota de responsabilidad es alta, pero no es menor la de las autoridades españolas: ¿quién impide a Rajoy poner en marcha una reforma fiscal en profundidad que alivie las cifras de déficit e impida nuevos recortes sociales, en vez de dejar hecha unos zorros a la Agencia Tributaria?, ¿quién le prohíbe a Montoro usar los impuestos y el gasto público como instrumento para reducir desigualdades?

Ni Europa ni la Alemania de Merkel pueden convertirse en nuestro chivo expiatorio y en la única diana de nuestros dardos enfurruñados. Porque, ojo, también llegan avisos ciertamente razonables desde Bruselas: las compras de deuda pública de los bancos españoles dejan sin crédito a las pymes. Hacen negocio redondo a base de coger el dinero en el Banco Central Europeo (BCE) al 0,25% y colocarlo al 4% en deuda. Se podrá decir, con toda la razón del mundo, que el BCE es un problema en sí mismo al no ser prestamista de última instancia ni organismo regulador frente a las monedas que compiten con él, al margen de que siempre considere prioritario controlar la inflación y no tanto el desempleo, de ahí que sus políticas monetarias encajen siempre más con culturas políticas conservadoras que progresistas, en lo que constituye un claro hándicap para el socialismo europeo. Pero no es menos cierto el órdago que lanza a todo el sistema financiero español.

ES LLAMATIVO QUE haya que irse hasta el artículo 135 de nuestra Constitución para encontrar la primera mención a la Unión Europea. Y sin embargo los españoles necesitamos más que nunca a Europa para crecer económicamente y para combinar altos niveles de competitividad con políticas sociales ambiciosas y redistributivas. Porque sin crecimiento es más complicado el reparto de la riqueza y las clases medias y trabajadoras corren el grave riesgo de irse a negro. Nos urge al españolito de a pie una Unión Europea que no solo sea monetaria sino también fiscal, económica y social en la plena acepción del término. Una Unión Europea que no ceda soberanía ni a los mercados ni a unas cuantas organizaciones con graves déficits de democracia y representatividad. Una Unión Europea que dé más poder al Parlamento, que para eso refleja mejor la voluntad popular, y limite a la comisión a su papel de guardiana de los tratados. Una Unión Europea con sede única en Bruselas por razones de ahorro y de eficacia.

Sin mover las cosas en Europa será más difícil (aún) colocar la economía al servicio de las personas, y no al revés.

Y asoman en el horizonte elecciones europeas. Se frotan las manos los partidos antieuropeos, algunos de ellos xenófobos. La extrema derecha ya no disimula. Al loro, como gustaba decir el viejo profesor Tierno Galván. Atrevámonos a más democracia y a más transparencia también en Europa. O tal vez ya no sea cuestión de atrevimiento, sino pura necesidad imprescindible.

Catedrático acreditado de Historia Contemporánea en la Universidad de Zaragoza y miembro del PSOE-Aragón