"Más y más muros se alzan en una Europa cuya razón de ser era precisamente derribar barreras", escribíamos el pasado octubre en esta misma sección, cuando se levantaban las vallas en Serbia y Croacia, después de las de Hungría, y antes de las que se proyectaran en Bulgaria y Austria. Tres meses después, la UE sigue mostrándose incapaz de afrontar la crisis de los refugiados o, mejor dicho, lo hace de la peor forma. Hace unos días, los 28 ministros del Interior se reunían en Ámsterdam para tratar de salvar el espacio de libre circulación europeo (conocido como acuerdo de Schengen). Todo un eufemismo, porque precisamente una de las opciones es la ampliación de los controles fronterizos hasta dos años, mucho más allá de los seis meses que ahora aplican varios países.

Dentro del cúmulo de despropósitos, los ministros amenazan a Grecia con expulsarla de Schengen por considerar que no está haciendo lo suficiente por evitar la llegada de refugiados a través de Lesbos. La isla griega está a apenas 10 kilómetros de la costa turca y por ahí lograron llegar el pasado año unas 880.000 personas. Como replicaba hace poco un ministro griego, una cosa es proteger las fronteras y otra, que las patrulleras disparen contra las embarcaciones atestadas de refugiados. Los ciudadanos han visto ha documentales e imágenes que muestran en toda su crudeza el drama de Lesbos, de esas miles de personas que huyen de sus hogares, arrasados por una guerra civil e internacional que ya dura cinco años.

Y mientras Europa sigue con sus debates, ni siquiera es capaz de cumplir con los mínimos compromisos a los que llegó el año pasado, con su plan estrella para acoger y repartir a 160.000 refugiados entre buena parte de los países. De ellos, 19.219 tenían que venir a España. El resultado es desolador. A estas alturas, se han ubicado algo más de 300 personas en todo el continente, 18 en España. De nada ha servido la constitución de la red solidaria de ciudades europeas. Una iniciativa con el impulso de ciudades españolas que dicen estar preparadas para acoger a refugiados en su tejido urbano. Sin información y sin competencias, las ciudades tienen las manos atadas. Madrid, Zaragoza, Ámsterdam, Leipzig y tantas otras ven con impotencia que poco pueden hacer para evitar, aunque sea parcialmente, el naufragio y la vergüenza de Europa.