Llega un punto en el que resulta imposible saber si la indignación ciudadana responde más a los casos de corrupción o a la tibia respuesta que estos han obtenido, durante años, por parte de muchos de nuestros representantes. Los últimos actos de contrición no atenúan la percepción de que entre quienes nos administran ha imperado el aquí no pasa nada. Fundamentalmente, porque como están revelando jueces, policías y periodistas --benditos profesionales-- sí que pasaba. Y mucho. Pero, salvo que nos estemos perdiendo algo aún más gordo, casi ha tenido que reventar eso que llamamos sistema para que esta forma de encarar los problemas ya no funcione. Hasta la fecha y en el mejor de los casos, los responsables de los partidos, sindicatos, empresarios y demás organizaciones con mácula creían que bastaba con echar suavizante. Y ya se sabe que, aunque huela bien, no lava. El último defensor del eufemismo como arma política ha sido Mariano Rajoy, con su alusión a "esas pocas cosas". Pero cómo habrán visto el panorama en el entorno del presidente y en del resto de colectivos señalados por la justicia, para que se haya activado un súbito cambio de estrategia. No parece, eso sí, que baste con pedir perdón en tropel. A estas alturas, ni siquiera funcionaría esa extravagancia que aquí siguen suponiendo las dimisiones. Tampoco los cruces de acusaciones ni las llamadas a la regeneración. Afortunadamente, al españolito de a pie le queda aún la sagrada baza de las elecciones. Y solo faltan unos meses. Periodista