Querría centrarme hoy, en eso que se llama concertación escolar, recordando que fueron muy duros los debates constitucionales sobre educación aunque, transcurridos cuarenta años desde entonces, uno lo hace con cierta satisfacción, pensando en el respeto recíproco que en general nos guardábamos diputados y senadores constituyentes, a pesar de nuestras diferencias.

Me propongo repasar el art. 27 de la Constitución que mantiene su literalidad originaria; en él, nuestra Carta Magna dispone que: «Todos tienen el derecho a la educación», y añade que: «Se reconoce la libertad de enseñanza», como parte inseparable de la libertad a la que alude el art.1 de la misma, considerándola uno de los «valores superiores de nuestro ordenamiento jurídico». La Constitución dota de derechos a los padres para la libre elección del tipo de educación que deseen para sus hijos y de deberes a los colegios para que, cumpliendo con ellos, puedan recibir el apoyo económico de la Administración en mayor o menor medida.

La educación escolar depende del maestro, de la voluntad de cada alumno y de otras circunstancias dominantes pero es labor de todos ayudar y apostar por ella, con un pacto de Educación libre de ataduras políticas, fuera del alcance de acuerdos tácticos o de otras cuestiones ajenas a la calidad educativa.

Tengo la suerte de conocer las dos realidades de la escuela que ahora mismo están de plena actualidad y no por la enorme labor que hacen ¡ojalá fuera por esto! sino por el debate suscitado con la posible supresión de algunos conciertos. Deberíamos ser sensatos y reenfocar el tema, alejándolo de la crispación y de la desunión, tratando de no poner en tela de juicio cuánto haya de buenhacer en ambos sistemas y sobre todo, no creando confrontación; los poderes públicos deben velar por una educación de calidad y trasladar su confianza a quiénes trabajan a diario en ello sin hacer distinciones, apoyando al profesorado, velando por su formación permanente y confiando en los dos modelos de enseñanza que son y han sido, recíprocamente complementarios.

Por supuesto, caben muchas mejoras pero sin echar por tierra lo que ya han conseguido ambos modelos de enseñanza. Si algo distingue a los maestros es su vocación; es su punto de encuentro y su primer valor, lo que impulsa su día a día. Entremos en los colegios, conozcamos los proyectos que se emprendan, las nuevas metodologías, empapémonos de ellos y no los empañemos. Que la escuela aragonesa sea noticia por la calidad de su enseñanza y la capacidad de emprender de sus maestros. Si cada escuela aporta, ¿por qué deberían limitarse? ¿por qué ofrecer un único modelo? Ambos son importantes y juntos lo son mucho más: lo contrario sólo frena y limita.

El art. 27.3 encomienda a los poderes públicos que garanticen el derecho que asiste a los padres a que «sus hijos reciban la formación religiosa y moral que esté de acuerdo con sus propias convicciones»; obviamente, las de los padres. Dudo sí con una única modalidad docente sostenida, el Estado puede garantizar que esto se cumpla. En su apartado 4, la ley nos da una de las claves respecto a los deberes que nos impone: «la enseñanza básica es obligatoria y gratuita», siendo responsabilidad de los padres y de la administración velar por ello.

Se insiste en el apartado 8 en recabar de los poderes públicos la inspección y homologación de (todo) el sistema educativo para garantizar el cumplimiento de las Leyes incluyendo las que obliguen a los poderes públicos. Se debe velar por el cumplimiento de estos deberes y en su apartado 9º declara expresamente que «los poderes públicos ayudarán a los centros docentes que reúnan los requisitos que la ley establezca». Cabría plantearse si no se está obviando la Ley ya que cumplidos sus deberes, algunos centros no pudieran ahora acogerse a este derecho. ¿Habrá que volver a empezar de nuevo o valdría más la pena mejorar aquello que estuviera en manos de todos arreglar?

La apuesta ha de ser decidida en pos de una mejora de la calidad educativa, sin destruir, adaptándonos a los tiempos y promoviendo otras medidas que potencien una educación de mayor calidad, bajando por ejemplo, las ratios para llegar mejor a quiénes realmente importan: los niños. ¡No lo/los olvidemos! Debemos procurar un pacto de estado en materia educativa. Hagámoslo posible con buena voluntad.