El acceso a la universidad hasta la llegada de la Transición fue un coto prohibido para la clase trabajadora. Estaba reservado exclusivamente para aquellos que se la podían pagar, independientemente de su capacidad intelectual. Muchos talentos se perdieron porque las familias no disponían tan apenas de lo necesario para alimentar a sus hijos. La universalización de la educación con la llegada de la democracia permitió que todo aquel que tuviera capacidad, pudiera optar a estudios superiores. Esta situación ha generado que nos acostumbráramos a encontrar a jóvenes que presentaban currículos muy densos sin haber cumplido los 30 años.

Por estos títulos y la universidad llevamos muchos días inmersos en un ruidoso debate en los medios de comunicación. La polémica generada por las filtraciones pepresidenta de la Comunidad de Madrid, Cristina Cifuentes, y ha puesto en la picota a más de algún político español que adornaba su currículo con títulos y merecimientos que no habían ganado o que presuntamente había conseguido obteniendo tratos de favor de correligionarios o valiéndose de influencias obtenidas a través de los círculos de poder en los que se mueven.

Este debate nos está sirviendo para comprobar una vez más que la sociedad española camina en dos niveles que cada día se separan más y que marcan la diferencia entre una clase acomodada forjada en las elites del poder político y económico y otra que está sometida a aquella referencia bíblica de ganaras el pan con el sudor de tu frente. Y este pan ya no se refiere exclusivamente a su descripción literal como alimento o sustento, sino a todos los elementos que conforman el desarrollo integral de una persona, la salud, la educación, el bienestar, el ocio, el respeto o la dignidad.

En la mente de todos está el caso de hijos de algún conocido que habiendo obtenido resultados brillantes en la universidad no ha podido completar sus estudios de postgrado o de máster, porque en su familia la crisis se llevó los ingresos que lo hacían posible, y que los recortes aplicados por el Gobierno redujeron las ayudas a unos niveles que expulsaron a muchos estudiantes de la universidad.

Mientras tanto, estamos comprobando la picaresca de unos cuantos listillos que aprovechándose de su posición social y de sus áreas de influencia política y económica obtienen réditos personales sin ningún merecimiento. Se han perdido el respeto a sí mismos y han perdido su dignidad. De paso faltan al respeto a los que consiguen sus títulos dentro de los cauces académicos, a los ciudadanos que con sus impuestos mantienen el sistema y a la propia universidad.

Para toda esta gente debía de quedar claro un mensaje: el respeto y la dignidad no se compran, se ganan.

*Periodista