Son asuntos que no tienen nada que ver porque en un caso el deceso fue natural y en el otro un espantoso crimen, pero en ambos en estos días hemos atisbado la relación del poder con la cultura. Murió Lina Morgan y las autoridades desfilaron por su capilla ardiente. Son las mismas autoridades que nunca van al teatro, ni al cine, ni son retratados jamás leyendo un libro o, al menos, portándolo espontáneamente. Tampoco les vemos en los museos si no es para inaugurarlos. Cuando yo era ministra me daban pudor esas placas en las puertas de museos y bibliotecas que rezaban Inaugurado por la Excma... No veía su sentido. Las instituciones culturales y sus sedes físicas no son de los políticos, pertenecen a los ciudadanos tanto como lo que allí dentro acontece.

No puedo evitar que me duela que quienes han gravado el precio de las entradas con un 21% de IVA y hacen tan poco por apoyar y por comprender la cultura y a sus profesionales, pisen el Teatro de la Latina para demostrar un respeto póstumo que no logro creerme, por más buena voluntad que le ponga. En otro punto del mundo, en Palmira, Siria, unos terroristas han decapitado y han exhibido el cuerpo mutilado de un historiador del arte que se había negado a revelar dónde estaban unas antigüedades. Los terroristas quieren las piezas arqueológicas para venderlas y financiar con ello sus operaciones, pero si las venden es porque hay alguien que las compra y las paga bien. La pregunta es quién y dónde y cómo. Cineasta