E el día de hoy, son muchas las escuelas universitarias de Magisterio, así como miles de escuelas cristianas de primera enseñanza de todo el mundo, que celebran la festividad de su patrón: San José de Calasanz (1556-1648). Al igual que otras muchas personas de proyección internacional, José de Calasanz nació en un pueblo aragonés, Peralta de la Sal, en la provincia de Huesca. Además de fundador de la Orden de las Escuelas Pías --la primera congregación religiosa dedicada por completo a la educación de los niños pobres--, Calasanz fue asimismo el creador de la escuela popular contemporánea. Y si bien no fue el primero en ocuparse de la formación del pueblo (Lutero, en 1524 ya había expresado sus quejas por el olvido de la instrucción pública, fundamental para la justicia social) sí fue el primero en abrir en Roma --en el año 1597-- las primeras escuelas gratuitas de enseñanza primaria para niños pobres. Escuelas que pronto se extendieron por toda Europa, desarrollando una revolucionaria labor de formación elemental, basadas en el nuevo modelo de relación entre ciencia y fe, en consonancia con la crítica de la enseñanza humanística de aquel tiempo, expresada por el filósofo francés René Descartes (1596-1650) en su Discurso del Método, con el propósito de "Bien dirigir la Razón y buscar la Verdad en las Ciencias.

Pero para comprender todavía mejor la revolución educativa que supusieron las escuelas calasancias, habrá que tener en cuenta que en la época de su creación (a finales del siglo XVI) se tenía como dogma el hecho de que ninguna de las personas que desempeñasen oficios por cuenta de la sociedad, deberían saber leer ni escribir, o si ya sabían, de ningún modo habrían de aprender algo más, pues a estas gentes les bastaba servir con sencillez y humildad. Y aún más: la ignorancia del pueblo se contemplaba como la mejor salvaguarda para su fe. De manera que la cultura intelectual quedaba reservaba para los estratos sociales más elevados (nobleza, alto clero y clase adinerada). Y en este contexto de ideas imperantes, tan ajeno al de nuestro tiempo, es donde nació la pedagogía de San José de Calasanz, quien supo ver que la educación era el único medio posible para redimir a los niños pobres de la esclavitud segura a la que les conducía el analfabetismo, la ignorancia, y su abandono social.

Fue así como surgieron aquellas primeras escuelas católicas, populares y gratuitas de San José de Calasanz, bien atendidas y organizadas por maestros capacitados cuyas enseñanzas habrían de servir para hacer --también de los niños pobres y abandonados-- personas dignas, responsables y libres, ciudadanos en suma, y no solo "plebeya" mano de obra desprovista de cualquier tipo de derechos.

Y para dar mayor alcance y continuidad a su obra, San José de Calasanz fundó la congregación religiosa de las Escuelas Pías, señalando en el proemio de sus Constituciones --redactadas en 1610-- como lema de su trabajo: "Piedad y Letras", entendiendo la "piedad" al modo de cómo la había comprendido la antigua civilización de Roma: religentia, religio o pietas, es decir responsabilidad de actuar de acuerdo a los preceptos, códigos, leyes y normas sociales, y de la religión.

Numerosos aportes educativos de la pedagogía de San José de Calasanz continúan vigentes a día de hoy, entre ellos el de la distribución graduada de las clases también para la escuela primaria. Sabedor de la pobreza extrema de los niños, Calasanz creó roperos escolares y cantinas, adscritos a sus centros de enseñanza. Otro gran aporte de la pedagogía calasancia fue la distinción educativa que acertó a introducir entre los niños que querían aprender y colocarse pronto en algún empleo y aquellos que querían "continuar las letras". Y así como antes, para trabajar, a los jóvenes se les había "exigido" testimonio de ignorancia, las escuelas escolapias empezaron a otorgar títulos de capacitación, constitutivos de mérito para desempeñar los distintas artes y oficios.

Pensemos respecto a lo anterior en el niño Francisco de Goya (1746-1828). Las Escuelas Pías habían abierto un colegio en Zaragoza en el año 1733, donde el pintor de Fuendetodos tuvo como maestro al sacerdote escolapio Joaquín Ibáñez. Goya recuerda con cariño aquella escuela y a su entrañable maestro en una carta que envía desde Madrid a su amigo Martín Zapater, el 28 de noviembre de 1787. Quizás de no haber existido aquel colegio y aquel maestro turolense, Goya jamás habría pintado en 1819 la que está considerado como una de las mejores pinturas religiosas de la historia del arte: La última comunión de San José de Calasanz. Y aún más: pensemos hasta qué punto, aquel tipo de escuela popular, gratuita, destinada principalmente a las clases populares, pudo influir en el Goya de los caprichos, majas, toreros, jaques y desastres de la guerra, que magistralmente reflejó el pintor aragonés a través de todas las formas de expresión artísticas posibles. También Goya fue un docente y precursor de nuevos estilos pictóricos, acordes con la sociedad cambiante del siglo XIX. Francisco de Goya, y su paisano San José de Calasanz, tuvieron mucho en común: ambos participaron de la sabiduría por la que fueron sensibles y supieron interpretar los signos nuevos que anunciaban la llegada de una nueva era. Como ahora acontece.

Historiador y periodista