Los primeros síntomas se produjeron en la segunda parte en Pamplona, pero la victoria en territorio enemigo y la continuación de aquella estupenda racha triunfal los ocultaron. Esos mismos problemas no remitieron y se manifestaron con nitidez y un grado mayor o menor de crudeza, pero de manera acusada en cada una de las siguientes jornadas. En Sabadell, en Vitoria, contra el Llagostera, en Mallorca y ante el Lugo. La victoria en Santander, conseguida gracias a la picardía de Borja Bastón en una acción aparentemente intrascendente, difuminó otro partido muy discreto. El Real Zaragoza no está bien desde hace mucho tiempo. Ayer, frente al Alcorcón, un rival pegadizo, molesto y con una idea diáfana de juego, tampoco dio la talla. Se tuvo que conformar con otro empate en La Romareda, donde ha perdido la marcha tiempo ha.

En su regreso al estadio municipal al equipo le faltaba algún futbolista importante, especialmente Vallejo y, por qué no, también Bono. Para el encuentro, Popovic había recuperado a hombres con peso específico que habían estado ausentes varias semanas y que todavía están lejos de su momento óptimo (Basha y Jaime). Y jugó sin el Pichichi de la categoría ni Eldin, con el menisco roto.

En realidad, faltar faltaban tres. Lo que sí es cierto es que muchos de ellos, que supuestamente deberían ayudar a alzar el vuelo, o eso es lo que queremos creer (ya veremos luego si esa justificación se convierte en argumento o se queda en excusa), están lejos de sus máximos. Popovic reduce las razones de esta mala dinámica a las lesiones, las tarjetas y las bajas formas. El técnico ha de darse cuenta y asumir que algo hay más profundo. Si no lo hace, será imposible enmendarlo. Porque el Real Zaragoza juega mal y sin fútbol desde hace tiempo. No lo ha encontrado ante los peores. Tendrá que hacerlo contra los mejores para conservar lo que tiene: el playoff. Que esos dos puntos de renta sobre la Ponferradina no sean de autocomplacencia.