El turismo vuelve a ser la gran industria nacional. Sí, lo sé: nunca dejó de serlo. Pero hubo un tiempo en el que parte de los españoles nos empeñamos en imaginar un país diversificado en lo económico, con capacidad para crear riqueza más allá de la hostelería y la construcción. Incluso pensábamos que estos dos sectores debían ser puestos bajo control, salvados de la masificación e integrados en un urbanismo sostenible y social y un medio ambiente adecuadamente protegido. Ahora vamos viendo que todo eso eran vanas ilusiones. Cada mañana me levanto tarareando El turista un millon novecientos noventa y nueve mil novecientos noventa y nueveee... y otras pachangas de los Sesenta. España es así, patria de los camareros, meca de los chefs, pentagonal auditorio de los músicos de playa.

Gracias al turismo recuperamos empleo, equilibramos la balanza de pagos, exportamos sin movernos del sitio y alcanzamos cifras de auténtico escalofrío para pasmo del mundo globalizado. Lo cual ha sido posible, reconozcámoslo, no sólo porque nuestra oferta de sol y litoral es excepcional (si acaso, un poco tumultuosa y apretada, pues no es fácil instalar a tantos millones de guiris e indígenas), sino también porque nuestros competidores en el resto del Mediterráneo se han venido abajo de forma terrible para ellos pero providencial para nosotros.

Por eso los poderes públicos defienden el turismo con uñas y dientes. Han permitido y permiten vulnerar la Ley de Costas, arrasar espacios supuestamente protegidos, colapsar las ciudades más atractivas, convertir localidades enteras en indescriptibles putiferios, soslayar las normas y celebrar cada récord de visitantes al ritmo de Los Stop o Los Mismos. Naturalmente, aquí no cabe poner trabas ni peros, ni sugerir escrúpulo alguno ante tan maravilloso fenómeno. Con las cosas de comer no se juega. España va bien (bien jodida en algunas cosas pero bien en lo fundamental), nuestros ingenieros y científicos emigran, nuestras televisiones enseñan alta cocina, el PIB crece y, como dijo aquel, inventar... ¡que inventen ellos!