Durante la campaña de las pasadas elecciones autonómicas y municipales asistí a un debate en el que Pablo Echenique, además de exhibir temple (hay que ser muy duro y muy resistente para hacer lo que él hace), no disimuló en absoluto su naturaleza de candidato naif. Aseguró que resolver los problemas de Aragón requería tan solo "decisión política", y el posterior asesoramiento de las mareas multicolores para gestionar servicios, administrar el dinero y decidir estrategias. Año y medio después, el ahora secretario de Organización de Podemos ya no es un oponente interno a Pablo Iglesias sino el jefe del incipiente aparato. Pero su simplismo teórico-práctico sigue siendo abrumador. Supongo por ello que ha tenido mucho que ver con la puesta en escena del pacto de las izquierdas merced al cual Violeta Barba se ha convertido, por fin, en presidenta de las Cortes aragonesas. Naturalmente, los observadores sobre el terreno han cargado la mano sobre la distancia existente entre la espesa ceremonia del jueves en la Aljafería y su contenido real, escasísimo, pues PSOE, Podemos, CHA e IU todavía no han acordado nada concreto ni operativo en casi ningún espacio institucional relevante (salvo, si acaso, en el ayuntamiento oscense).

Todavía sucede que, al mencionar el nombre de Podemos ante personas muy conservadoras, las damas se desmayan y los caballeros echan mano al estoque. Pero eso no deja de ser mero folclore. Lo realmente significativo de la situación es que la nueva y compleja formación no parece capaz de ofrecer a través de sus líderes una oferta verosímil que dé cuerpo a eso que solemos llamar la alternativa. Para colmo de males, al dividido PSOE le pasa igual. Las izquierdas venden raquíticos pactos como el de Aragón: con obvia desgana e incredulidad los socialistas, y con un entusiasmo rebrincado y de cartón piedra sus competidores de la bandera morada. Así no hay forma de que el electorado progresista (por lo menos aquel que merece tal denominación) vaya a las urnas con alguna convicción. La gente aún es capaz de detectar que una cosa es gritar "sí se puede" y otra muy distinta... poder.