Los Curas de Madrid , los del foro así llamado, se oponen al dispendio que se prevé para el evento de la Jornada Mundial de la Juventud y al peculiar modo de financiarlo mediante una fundación promovida a tales efectos por el cardenal Rouco bajo el nombre de Madrid Vivo y la presidencia efectiva --la de honor está reservada como es lógico a su Eminencia-- de Íñigo Oriol (Iberdrola), dicha fundación reúne a personalidades como Díaz Ferrán (CEOE), Emilio Botín (Banco Santander), Francisco González (BBVA), César Alierta (Telefónica) y Alfonso Coronel de Palma (COPE). En un documento titulado Los Mecenas de Rouco denuncian estos curas un pacto de la Iglesia con los ricos "que refuerza su imagen como institución privilegiada y cercana al poder", lo que es un escándalo especialmente grave "en el contexto de la actual crisis económica". Se recuerda a la Iglesia que "nadie puede servir a Dios y al dinero", como dijo Jesús. Y a todo ese Madrid de la fundación de Rouco los valores que proclama sin vergüenza alguna al dirigir su invitación "a creyentes y no creyentes que compartan el interés por ampliar los límites de la dignidad humana más allá del materialismo economicista".

No es el cinismo de unos lo que me asombra, que ellos van a lo suyo y el negocio es el negocio. Ni el uso del dinero público, que la política es la política y, por los mismas razones que van a misa, todos los gobiernos subvencionan otros eventos menos lucrativos sin que nadie se rasgue las vestiduras. Lo que me saca de quicio --aunque tampoco me asombra-- son las tragaderas de los otros. Pase que en la Iglesia, que no es el Reino de Dios, haya santos y pecadores; pero que se arrepientan, ¡demonios!, y no se les absuelva si antes no se confiesan con dolor de sus pecados, propósito de la enmienda y compromiso de cumplir la penitencia --y en su caso, bajo control, como piden que se haga con los concejales de Bildu en la política-- y mientras tanto que los presuntos no presuman ni se reciba de ellos un céntimo de limosna: con su pan se lo coman, no con el pan eucarístico. Fuera, es una cuestión de dignidad en la Iglesia de Cristo.

¿Saben ustedes que durante siglos se condenaba la usura y no se admitía la ofrenda de los usureros públicos en misa? Pues eso, los tiempos han cambiado. Tanto que hace ya demasiado tiempo, inmemorial, que nadie se extraña al ver que los ricos y los banqueros, claro, se sientan en los primeros bancos de las iglesias para participar en solemnidades que todavía molan. Los obispos lo celebran, muchos fieles lo toleran y solo algunos lo contestan. Eso es lo que más cabrea. Y lo único que nos alienta, lo que edifica todavía por la base y nos renueva, es ver el cabreo de la juventud y la contestación que vuelve. Y más que las palabras, los hechos. Que obras son amores, y donde haya ortopraxis que se quite la ortodoxia.

No quisiera equivocarme si les digo que en la Iglesia de base hay aún mucha fuerza moral. Y ojalá me equivoque cuando veo que en la otra, en la cúpula de la institución, es oro todo lo que reluce: ya se trate del patrimonio histórico artístico, de la cultura cristiana o del turismo religioso. Pero lo que no tiene precio y vale más aunque no se cotice, es la fe de los que siguen a Jesús con papeles o sin papeles que acrediten que son cristianos con denominación de origen. El óbolo de la viuda del Evangelio, amigos, vale más que el "óbolo de San Pedro" que se recauda para el Papa. Y la colecta, la ofrenda en cualquier iglesia de barrio infinitamente más que el dinero sucio que acepta la Iglesia venga de donde venga. Lo que es un motivo suficiente para la contestación.

En el Manifiesto del Mayo Francés del 68, los estudiantes proclamaban que la Universidad debe ser el centro de contestación permanente de la sociedad. Esa palabra, en ese contexto, adquirió una carga emocional y un significado bien preciso: contestar será en adelante denunciar el autoritarismo y la incoherencia de quienes representan una institución, argumentando solo con la palabra contra los hechos y apelando a los mismos principios que ellos oficialmente proclaman. Después del Vaticano II, en aquella situación propicia, surgió el movimiento de los curas contestatarios. Al referirnos hoy a los Curas de Madrid podríamos llamarlos indignados, para que me entiendan los contestatarios de ogaño que denuncian lo que "llaman democracia y no lo es". Pero no hace falta, que los nietos siempre se han entendido con sus abuelos y de aquellos brotes --si no de aquellos curas contestatarios, aunque también-- vienen los retoños de la última primavera. Filósofo