Da gusto ver la primera parte de un partido de este Real Zaragoza de César Láinez. Ya sucedió en Elche y se repitió ayer en La Romareda, aunque el equipo no pudiera hacer tres goles como una semana atrás. El conjunto aragonés salió bien plantado sobre el césped, con las ideas claras y bien ejecutadas. Defendió con criterio, negando el balón y las opciones al Valladolid, y atacó generando ocasiones suficientes como para haber sentenciado de nuevo antes del descanso. No lo hizo y la gasolina se le acabó al poco de empezar la segunda parte. Igual que en Elche, aunque entonces ya estaba todo el trabajo hecho. Ayer, a partir del minuto 50 ya no pudo ir en quinta y tuvo que jugar al ralentí, con mucha menos llegada, menos ocasiones.

No es un problema nuevo pero ahora la diferencia se hace más evidente porque el equipo ha mejorado su puesta en escena, que ha pasado de desesperante a esperanzadora. No hay color entre los partidos que protagonizaba el Zaragoza hasta hace dos semanas con Raúl Agné y los dos que ha hecho con César Láinez y no hay color entre el Zaragoza de las primeras y de las segundas partes. Una cuestión de fondo físico, también de perfil de jugadores con poco músculo para la categoría, y que tiene difícil solución de manera inmediata. La plantilla cuenta con pocos jugadores de 90 minutos. Ahí anda Láinez buscando cómo dosificar a cada uno, con Cani para las rectas finales o Samaras para cinco minutillos.

Numerosas ocasiones

El equipo llega a la recta final de los partidos cansado, con las piernas más pesadas, sin apenas frescura y con más problemas para permanecer junto, descosiéndose por momentos por la mitad. Ayer eso le impidió ganar pese a que todavía generó un par de ocasiones claras al final, pero al menos supo conservar un punto ante un Valladolid que tampoco perdió la cabeza por ir a por el triunfo y que fio todas sus opciones a la calidad de Mata y Villar, que a punto estuvo de valerle. Así que puede decirse que el Zaragoza sumó un punto al final al no haber podido hacerse con los tres en la primera parte.

Ese es su momento. Ayer fue claramente superior al Valladolid, dominó el balón y el espacio. Metió a su rival atrás y creó numerosas ocasiones desde bien pronto. Las tuvieron Pombo, descarado y atrevido, Dongou, mucho menos incisivo que Ángel, Lanzarote, Cabrera y Silva de cabeza... Pero ninguno las aprovechó y el Valladolid se adelantó en un error defensivo de José Enrique que aprovechó Juan Villar después de que Ratón despejara el primer disparo de Mata. Lanzarote aprovechó un grave error de comunicación de los centrales pucelanos para empatar antes del descanso.

El Zaragoza volvió de los vestuarios dispuesto a seguir la misma línea, pero apenas aguantó unos minutos ya a ese ritmo. El equipo se fue apagando poco a poco, con los laterales cada vez subiendo menos, Zapater cada vez más atrás, Bedia cada vez menos móvil. Y sin un delantero de referencia, porque Dongou no lo es, ni trabaja tanto como Ángel ni genera el mismo peligro, ni se crea las mismas ocasiones, ni siquiera para fallarlas después. Láinez dio entrada a Edu García en punta buscando más velocidad y verticalidad y acabó con el zaragozano y Samaras como delanteros, pero entonces al equipo ya no le daba ni para mandar balones largos e intentar estirar el campo. Aun así, el partido murió en el área del Valladolid. Este es otro Zaragoza.