Florentino y Celia son dos inquilinos del inmueble afectado por la famosa sima, aunque nadie lo diría a tenor de su buen humor. Ambos desbordan alegría y entusiasmo a pesar de que no pueden entrar en su vivienda, los últimos tres días los han pasado entre una casa de Castejón de las Armas y la calle Justo Navarro, donde intentan animar a sus vecinos.

Hace sólo tres años la vida para ellos era completamente distinta, Florentino tuvo que abandonar el colegio donde impartía clases por culpa de un derrame cerrebal que le llevó a debatirse entre la vida y la muerte. Cuando todavía se encontraba convaleciente una complicación de una operación de estómago llevó a Celia, su mujer, a pensar en lo peor. Fue una situación tan díficil para ella que no pudo evitar entrar en una grave depresión por la que perdió la ilusión de vivir.

Pero esa misma fortuna que permitió a todos los vecinos desalojar el inmueble sin que este cediera del todo, les concendió entonces a ambos una segunda oportunidad. Desde entonces, Florentino y Celia rebosan felicidad por tenerse el uno al otro, y ni siquiera esta circunstancia les ha hecho perder ese optimismo. "Lo primero es la salud, lo material viene después" aseguran ambos con una rotundidad desconcertante.

La misma sensación de felicidad desprendían ayer --para mayor turbación si cabe-- algunos inquilinos del edificio cuando los bomberos descendieron de las viviendas con sus animales de compañía. Ana, que no había parado de presionar a las fuerzas de seguridad para que se llevara a cabo el rescate, no cesaba ahora de llamar a su marido José Mari para saber si ya habían liberado a su loro Jorge. "Ya han entrado, seguro que no tardan", insistía él.

Una vez que los animales se encontraron a salvo, los bomberos llamaron por teléfono a los inquilinos que no se encontraban allí para avisarles: "Tenemos aquí a su gato" dijo por el móvil uno de ellos, "¡Claro que está vivo!", reiteró a su dueña segundos después a través del celular. A juzgar por los comentarios, no había resultado nada fácil atraparlo, después de tres días de soledad el felino estaba de uñas. Nada más colgar, Carmelo comentó a sus compañeros, "Pobre señora, tiene 90 años y dice que no puede dormir sin el gato".