Entenderían que algo cotidiano. Como leer un artículo. Se viera interrumpido. Cada dos por tres. Aunque fuera sólo un segundo. A causa de un stop o un punto innecesario. Y tener que reiniciar la lectura. Se imaginan asimismo. En otras actividades rutinarias. Como salir de compras. Llevar a los niños a la escuela. Acercarse al bar de enfrente. O ir a la piscina. Tener que esperar cinco o diez minutos. Hasta que se baja la barrera. Porque las vías del tren dividen el pueblo.

A veces, las comunicaciones en lugar de unir, separan. Todavía en algunos municipios de Aragón la línea ferroviaria se cruza diariamente en la vida de sus vecinos. En casos como Morata de Jalón, donde sólo en los últimos tres años se han perdido dos vidas en las vías del tren, lo hace trágicamente. Aunque por lo general, en localidades como Ricla o Gallur los lugareños pagan con su tiempo, frente a la barrera, el peaje de un tren que ya han perdido.

Como juguetes pasados de moda, las estaciones rurales han perdido poco a poco el esplendor de otras épocas hasta convertirse en apeaderos dejados de la mano de Dios y del hombre. Ya apenas quedan guardabarreras ni vendedores de billetes ni jefes de estación ni nadie que vele por la seguridad de los viajeros.

Pero mientras los políticos prometen innovadores sistemas tecnológicos que harán de las viejas estaciones de ferrocarril poco menos que sitios virtuales, los trenes se van alejando poco a poco de los pueblos hasta convertirse, incluso los regionales, en aves de paso. Por eso, los vecinos de esos municipios empiezan a levantar la voz por encima de lo que lo hacían sus antepasados, porque ya no temen tanto que les quiten algo que por sí mismo está agonizando.

Cada vez los trenes paran menos en esos pueblos porque cada vez resulta menos rentable. El negocio está en las ciudades. Allí no se construyen estaciones, sino intermodales, y las vías no se salvan con pasos elevados, sino que se soterran para que resulten invisibles. Y mientras tanto, en los núcleos rurales, donde las estaciones se utilizan literalmente como vertederos, los vecinos siguen soportando su cicatriz sangrante. Así, hasta que los trenes regionales dejen de pasar definitivamente por esas vías o lo hagan los lugareños, porque cierre el bar que hay al otro lado.