Al principio yo no entendía muy bien qué había pasado en el hospital de Leganés. Como ahora las noticias llegan así, vagorosas e imprecisas, mal investigadas y explicadas a la remanguillé (es lo que se pretende pasar por periodismo on-line ), pues inicialmente creí que en aquel centro público se había detectado una mortalidad excesiva. Vamos, que ibas con un ataque de apendicitis o una pulmonía y salías vestido de roble. Pero luego, cuando la información se hizo más precisa, resultó que no, que el problema radicaba en unas denuncias anónimas (pero muy precisas) sobre la muerte en Urgencias de enfermos terminales a causa de una excesiva sedación . De tal hecho ha venido el barullo que en estos momentos ha tomado ya unos extraños derroteros. que a mí me acongojan cantidad. Ojalá me equivoque, pero estamos ante uno de esos casos en los que tras el equívoco acecha la mala intención. Y en este caso tal intención podría ser la de poner en cuestión y limitar los tratamientos paliativos contra el dolor. ¿Se pretende que la prescripción de analgésicos, ya de por sí rodeada de prejuicios, se convierta en un acto altamente sospechoso?

El dolor sin esperanza es una anomalía definitiva, no sirve para nada, no dignifica a nadie, sino todo lo contrario. Es inhumano, degradante y horrible. La exaltación del dolor, tan característica de nuestra cultura religiosa, es en realidad enfermiza y obscena. Y todavía lo es más cuando se mezcla con ese terror que en nuestra sociedad provoca la muerte (pese a que supuestamente nos abre las puertas a la vida eterna).

Lo de Leganés no me gusta. Porque un servidor, el día en que ya esté para hincarla irremediablemente, lo que querrá es que le dejen morir en paz, sin dolores, sin angustia, sedado hasta las cejas... y, por favor, que sea todo rapidito. La posibilidad de sobrevivir unas pocas horas, día o semanas más, desquiciado, dolorido y sin esperanza, se la dejo enterita a quienes aspiren a la santidad.