Los procesos de desarrollo urbano siempre son medio raros. Sólo con describir habilidosamente las distintas operaciones en marcha (cualquiera de ellas) emerge del relato un vago aroma a escándalo. Pero es dudoso que este enfoque de los debates sobre asuntos inmobiliarios conserve la capacidad de impacto que podía tener hace quince años, cuando el tema era novedad.

En estos días, como quien dice vísperas del 2008, tal vez exista en determinados círculos políticos y mediáticos ganas de amedrentar o anular al teniente de alcalde Gaspar (por su empeño en remodelar La Romareda in situ ) o al consejero Velasco (por esto del Psiquiátrico). Incluso se percibe por ahí la intención de extender sobre la Expo el aroma de la sospecha (síndrome del tres por ciento ). Sin embargo, el gran problema urbanístico ya no radica sólo en el pelotazo; ahora la gran cuestión es el horizonte estratégico, el modelo de ciudad y de área metropolitana. Zaragoza y sus alrededores, con su perspectiva de alcanzar el millón de habitantes en los próximos decenios, se está expandiendo como si fuera a convertirse en una ciudad-región de cuatro millones de almas. Vamos directos a la insostenibilidad.

Con las instituciones pagándose las obras a base de recalificar o ceder suelo, se entra en un círculo vicioso: la expansión desaforada disparará los gastos de las nuevas redes de transporte, limpieza, seguridad, sanidad, enseñanza... por no hablar de las infraestructuras que todavía deberán crearse para mantener en funcionamiento el tinglado (los empresarios ya hablan del Quinto Cinturón). ¿Quién y cómo pagará todo eso?

Podemos entretenernos con lo que cada cual (político o periodista) quiera, porque cada cual tiene derecho a determinar qué es accesorio y qué esencial. A unos, por ejemplo, les apasiona investigar si Zaragalla (programa municipal infantil) fue o no un fracaso. A mí me preocupa muchísimo más el falso soterramiento de las vías del AVE.