Haber conseguido en esta última operación retorno (lunes de Pascua) atascos de más de veinte kilómetros en los accesos a Zaragoza es un acicate para quienes aspiran a que la capital aragonesa sea una ciudad bien grande, bien incómoda y bien anclada en los conceptos del urbanismo insostenible. Hasta hace unos años, las salidas y entradas de nuestra urbe-fetiche apenas eran escenario de esporádicas retenciones en días señalados y tráfico denso en las horas punta, ¡y eso que no había entrado en servicio el arco sudoriental del Tercer Cinturón!. Pero ahora ya casi podemos competir con Barcelona o Madrid. Esto marcha.

Por contraste, el conflicto, huelga, rebelión o como se llame ese show que ha montado la Policía Local está dándonos un cierto aire de ciudad costera del Gofo de Guinea; o sea, una de esas capitales donde las presuntas fuerzas del orden, cuando llevan varios meses sin cobrar la soldada, se echan a la calle vestidas de babalúes a darle gusto al cuerpo, hacer ruido, provocar el caos y amedrentar al gobierno de turno (o al alcalde, como en nuestro caso).

He de confesarles que la puesta en escena del presente colacao policial me tiene fascinado. Desde la bronca en el pleno municipal del 11 de marzo (que vaya una fecha eligieron los protestantes para ponerse en evidencia), la cosa está tomando un color tropical. Ver a los agentes adueñarse de las dependencias centrales de la Casa Consistorial con cascos militares de guardarropía, gorras de pega, pelucas, pitos y matracas ha resultado alucinante. Yo no sé qué respeto esperan estos presuntos policías de la ciudadanía de aquí en adelante. A lo mejor cuando llamen la atención a un conductor tronado o a un gamberro en plena acción, éstos les responderán: "No pasa nada, tíos, es que yo también soy un rebelde... ¡como vosotros!".

Por lo visto, el chandrío policiaco que estamos viviendo (incluidas las incitaciones a colapsar el tráfico, abandonar la calle y no hacer informes ni denuncias) puede llevarse a cabo sin que se produzca ilegalidad alguna (¿?) y sin que nadie pierda su condición de funcionario. Impunemente, vaya. Y el PP no se corta en echar romericos al fuego. Qué pasote, colegas.