Don Agapito es amigo de la casa (del Gobierno aragonés, quiero decir) y a los amigos, ya se sabe, se les trata bien. Al propietario del Real Zaragoza le han esponjado los volúmenes de edificabilidad y las plazas de párking del complejo que levantará en PlaZa. Pero, como ha dicho el consejero Velasco, nadie puede pensar que tal recrecimiento inmobiliario tenga por objeto que el constructor haga negocio. Qué va. Ese apaño sólo es una muestra de amistad.

Agapito Iglesias necesita que le echen una mano, pues menudo muerto carga el pobre hombre con ese Zaragoza que le endosó Solans por un precio módico (el cual, según los malvados, aún no ha sido desembolsado), pero lastrado por abundantísimas deudas y déficits. Y no creo que tener de presidente de la sociedad anónima deportiva a todo un ex-consejero de la DGA y catedrático de Economía en ejercicio sea suficiente. Ni aun llegando a la Champions se arregla el entuerto. Harán falta reclasificaciones de suelo, contratas, apoyos, palmaditas en la espalda y mucha ayuda de los camaradas. Lo normal.

Por fortuna para todos, esto nos pilla con mucho callo y pocas ganas de discutir. Aquí estamos curados de espanto. Se lo digo a Luis García Nieto cada vez que me encuentro con él y debo reconocerle que aquellos recaditos que le mandábamos cuando quiso reclasificar los acampos (una operación que hoy sería considerada de alto interés social) eran la consecuencia de nuestra tierna sensibilidad de demócratas primerizos. Ahora se nos ha puesto un caparazón que ni los galápagos de las islas ídem, y ya no nos asustamos por casi nada.

Lo peor que le puede pasar al excelso y afortunado don Agapito es que el Zaragoza mude la suerte y de estar por arriba pase a pelear en la parte de abajo de la tabla. Eso sí podría hacer que las cañas se tornasen lanzas. Cuide pues de Victor, Milito y demás prodigios. No por negocio, sino por pura amistad.