Fue el pasado jueves cuando Jesús Miguel Franco, portavoz socialista en las Cortes de Aragón, explicó por qué su partido y el PAR habían vetado una comparecencia del presidente Iglesias ante la Cámara (reclamada insistentemente por PP y CHA) para tratar el tema de La Muela. "No tiene sentido (la comparecencia en cuestión) porque no estamos ante un asunto político", dijo. Alucinante. Me fijé muy bien en cómo se explicaba Franco (lo sacaron por Aragón TV), el timbre de su voz, el lenguaje corporal... y llegué a la conclusión de que estaba convencido de lo que afirmaba. Él creía sin duda que todo lo que está saliendo a la luz en relación con María Victoria Pinilla, su gestión como alcaldesa o sus relaciones con algunos consejeros del Gobierno autónomo o algún concejal de Zaragoza no tiene nada que ver con la política. ¿Con qué, entonces?

Imaginen que estamos en un concurso televisivo al estilo Saber y ganar. Podríamos preguntarnos por el verdadero carácter de la Operación Molinos. ¿Es una campaña publicitaria cervantina de las que hace la Junta de Castilla-La Mancha? ¿Es un simple desahogo policial y judicial? ¿O quizás se trata de una creación surreal destinada a glosar el espíritu de Buñuel? ¿Es un chiste?, ¿Un cachondeo?... Lo que sí sabemos es que no tiene que ver ni con la delincuencia urbanística (lo dijo ya Iglesias) ni con la política. Démosles ahora un vistazo a todas las informaciones extraídas del sumario que se han publicado en el último mes e intentemos adivinar qué tenemos entre manos.

Uno pensaba que en la vida casi todo es política, sobre todo en el ámbito de lo colectivo. Durante la dictadura franquista había personas que aseguraban muy serias ser apolíticas, que era una forma de justificar su conformidad con aquel régimen miserable. Porque el apoliticismo no existe, salvo como aceptación de la política que imponen quienes mandan (tal y como ha ocurrido en La Muela durante los últimos veinte años). Decir que la Operación Molinos no ha desvelado presuntos delitos urbanísticos o que semejante mogollón carece de implicaciones políticas es un curioso ejercicio de irrealismo, una especie de regresión mental al Limbo o incluso (y que me disculpen los aludidos) una evidente tomadura de pelo a la ciudadanía.

En Aragón se ha aplicado un modelo económico y social sustentado básicamente en el urbanismo (entendido no como ciencia sino como generador de dinero). Hasta el pinchazo de la burbuja inmobiliaria el urbanismo lo mismo ha servido para montar exposiciones internacionales que para cubrir los desfases de las grandes obras públicas. Igual ha aportado fondos al Real Zaragoza que a la universidad privada San Jorge. Ahora bien, según las fuentes oficiales, nada de ello tiene que ver con la política. ¿Con la metafísica, pues?