La dimisión en Valencia de Francisco Camps abre, en vez de cerrarlo, un nuevo y serio capítulo en torno a las corruptelas políticas.

El ya expresidente de la Generalitat levantina se ha ido argumentando su inocencia. Insiste que no aceptó regalos, dávivas ni trajes de una trama dedicada a obtener favores del Partido Popular y de las instituciones donde gobiernan los conservadores. Si es inocente, ¿por qué habrá dimitido?

Al margen de sus pecados o culpas (porque hay que ser muy inocente para creer en su inocencia), Camps entierra, al oficiar su propio funeral, una manera de entender el estilo de la política. Maneras que en Valencia, Alicante y Castellón se identifican, siempre en el ámbito de la derecha, con un caciquismo antiguo, de cañas y barro, de señores y siervos, de jefes y clanes.

Ya el antecesor de Camps, Eduardo Zaplana, instauró las normas del poder levantino y su influencia en Madrid. Como granero de votos, en primer lugar, y también, según las malas lenguas, como terminal financiera de Génova. Un recurso que las sedes centrales de todos los partidos valoran extraordinariamente, y más en tiempos de carestía y estallido de la burbuja inmobiliaria.

Zaplana y Camps, que acabaron a tiros, compartían, sin embargo, una misma munición. González Pons, mano derecha de Rajoy y discípulo de los dos citados (de Camps, en particular) es de esta misma y prepotente factoría de armas.

Políticos ambiciosos, aficionados al dinero, al lujo y a los rayos uva, todos ellos aplican a la conquista del poder el principio de desgaste del adversario. Una vez este ha sido desplazado a la oposición, se emprende su proceso de aniquilación, en la seguridad de que una mayoría absoluta es preferible a la simple, y que dos legislaturas son mejor que una. Desde el poder, se cultiva la amistad de los poderosos y se ponen en marcha proyectos de gran calado y variada y compleja financiación, desde Terra Mítica o la Ciudad de las Ciencias al trasvase del Ebro. (No creo, por cierto, que por haberse ido Camps dejarán de reclamar este último los conservadores valencianos).

La dimisión de Camps debería llevar aparejada la de sus colaboradores, esos otros amigos de Correa y de El Bigotes que habrán muñido eventos y movidas en el entorno de la corte levantina. ¿O es que este padre no tenía padrino?

Escritor y periodista