Es el nombre del pueblo donde nací. Y como mi acento casi nunca coincide con el de los muchos lugares donde he trabajado y vivido, cuando me preguntan ¿y tú de dónde eres?, yo digo siempre que de Teruel, de un pueblo pequeño que se llama Bello.

Entonces se hace un silencio, así que añado en seguida que está cerca de Calamocha, ese pueblo que sale tanto en televisión porque a menudo es donde se dan las temperaturas más bajas de España. Y también está cerca de la laguna de Gallocanta, famosa por sus grullas. Y por suerte, estas dos referencias casi nunca fallan. Mucha es la gente que ha oído hablar del triángulo del hielo en España, formado por las localidades de Teruel, Calamocha, Molina de Aragón.

Situado a 1.005 metros de altitud sobre el nivel del mar, Bello tiene su propio mar interior en la laguna endorreica de agua salada más extensa de Europa, y también da nombre a su propia comarca, el Campo de Bello, conformando uno de los seis torreones de la imaginaria muralla natural que rinden vasallaje a las azuladas y tarquinosas aguas azules de la laguna; comenzando por el pueblo que da nombre al humedal, Gallocanta, continuando por Berrueco, Tornos, Torralba de los Sisones y Odón, que quedan algo más a trasmano del bello aguarchal, y Bello, cuyo emblema más visible y destacado es la silueta de su esbelto silo de trigo al que hasta hace unas décadas acudían a pesar el grano todos los labradores de la redolada.

En Bello, las chicas y chicos de mi edad, más que cincuentenaria, íbamos a la escuela con las piernas descubiertas aún a temperaturas tan extremas como los siete grados bajo cero que se alcanzaban.

Y cuando llegábamos a la escuela, la maestra nos invitaba a acercarnos a la estufa de carbón para que calentáramos a su calor nuestras entumecidas manos y dejaran entonces nuestros dientes de tremolar por causa del frío.

Sin embargo, cuando llegaba el verano, por las mañanas, nuestras madres rujiaban la calle y regaban las macetas, perfumando el barrio de un agradable olor a geranios y rosas.

Los campos se teñían de un intenso color amarillo que brotaba de las espigas repletas de granos de trigo. Llegado el tiempo de la trilla, para hacer peso en el trillo de cuchillas de pedernal, los chicos nos sentábamos encima, sobre un improvisado taburete de madera, mientras un par de mulas tiraban de tan original tiovivo, dando vueltas en redondel sobre la mies extendida.

Y para el otoño llegaban a Bello las esbrinadoras castellanas, de la parte de Molina y de Cubillejo de la Sierra, para ayudar en las labores del azafrán. Horas interminables de trabajo sentado sobre trémulas sillas esganguilladas que regomellaban quejumbrosas por la fatiga del peso.

Pero Bello también sabe a historia: la de su cardenal, Juan Francisco Marco, que murió en Roma, en 1841, y la de su sobrino, el legendario guerrillero carlista y general, Marco de Bello, que participó en las tres carlistadas y que, fallecido en 1885, está enterrado en el cementerio de Caminreal.

Bello es también su dance de ángeles y diablos descendidos a tierra llana, en la que -durante la Guerra Civil- hubo un campo de aviación en el que aterrizaron y despegaron los aviones que participaron en la batalla helada por la conquista de Teruel.

Bello fueron también las fiestas de chicos y chicas con aire de felicidad, bailando en las peñas al son de las canciones de Karina y de los Bravos, y a nuestra manera fuimos muy modernos, aunque los ababoles de ciudad nos llamaran pueblerinos.

*Historiador y periodista