La vida siempre se abre camino, decían en Jurassic Park. Y algo de eso ha pasado en las grandes capitales con la reclusión obligatoria por la crisis del coronavirus. Mientras se trata de frenar el avance de la epidemia, las calles se han quedado casi desiertas, una circunstancia que han aprovechado los animales que viven en entornos urbanos para hacer notar su presencia. «Es natural que las especies ocupen los espacios que dejan libres los humanos», manifiesta en la ribera del Ebro la especialista en rehabilitación y adiestramiento para los cuidados veterinarios de la fauna salvaje, Anais Ascanio.

Con la mirada atenta se pueden detectar erizos, grajillas, jinetas o incluso tejones. Muchos de ellos solían hacer vida nocturna hasta que han descubierto que tienen amplias zonas libres para su uso. «El ser humano se tendría que plantear la necesidad de resetear su comportamiento», indica Ascanio.

Más allá de la posibilidad de ejercer como naturalistas a pocos metros de la puerta de las casas, la reducción de las molestias a la biodiversidad en estas semanas tendrán un efecto positivo y directo en los procesos de reproducción. Las aves y los mamíferos están en plena época de celo y en las próximas semanas comenzarán a gestar y crías sus camadas. «Sin presencia humana se favorecerán algunos nacimientos», indica el responsable de la oenegé SEO/BirdLife en la comunidad, Luis Tirado

Sin contaminación directa igualmente mejorará la población de gorriones o golondrinas, pues todos ellos beben de charcos y acumulaciones de agua que se encuentran en mal estado por las grasas y la suciedad callejera. De forma que la limitación del tráfico hará que no se ensucie tanto el ambiente.

Observatorios

Los balcones también se han convertido en un puesto de observación naturalista privilegiado. El fin del tráfico constante de coches y autobuses permite que se puedan detectar especies de aves poco habituales en los centros urbanos (como el martín pescador o el pájaro moscón) y escuchar cantos de ejemplares tremendamente variados, según se puede constatar en las aplicaciones que usan los ornitólogos para compartir sus descubrimientos. Y no solo eso, algunos patos, confiados por la poca presencia humana, se internan en el trazado de avenidas y plazas con la esperanza de conseguir alimento de forma más sencilla.

«No he prestado mucha atención, pero es normal que la fauna reclame su espacio», indica, junto a la desembocadura del río Huerva, José María Viñuales. mientras pasea a su perro Tito. Aunque por poca atención que se ponga, estos días es difícil ignorar los confiados paseos de los patos o la presencia de un gran grupos de cormoranes en los chopos que secundan un crecido Ebro.

Tirado confía en que esta situación invite, una vez superada la crisis del coronavirus, a descubrir los encantos naturales de la periferia urbana de Zaragoza. Cita, por ejemplo, que en el parque del Agua se pueden encontrar incluso nutrias y castores. También son zonas privilegiadas para observar la biodiversidad determinadas zonas en barrios como Vadorrey, Ranillas o Macanaz.