El tiempo es vida en el servicio del 061 Aragón. Unos segundos de más pueden ser críticos y letales en la atención de un paciente que, más allá de la crisis del coronavirus, durante el 2020 ha seguido sufriendo ictus, infartos, accidentes u otras patologías que requerían de celeridad. Sus sanitarios nunca han dejado de actuar en la misma línea que llevan funcionando más de 20 años, fieles a su trabajo vocacional y hostil en muchas ocasiones, pero la pandemia les asoló por momentos. Como a todos. Sobre todo al principio, allá por el mes de marzo, cuando el covid se definía como una gripe fuerte y ellos se convirtieron en el puntal básico y en la puerta principal a la que todo ciudadano debía llamar si tenía síntomas y requería de una PCR.

Es decir, que a todas sus urgencias y emergencias diarias, tuvieron que sumar una enfermedad que en China ya causaba estragos, que en Aragón empezaba a manifestarse y cuya contagiosidad era altísima. «Aquello desbordó a todo el mundo. Nos tuvimos que reinventar de un día para otro y cambiar nuestro modo de trabajar porque todo el peso de la atención extrahospitalaria recayó en nosotros. Los planes de contingencia y los protocolos cambiaban cada día. Fue una locura», recuerda la médico Arancha Lara.

Las llamadas desbordaron la centralita del 061, la DGA tuvo que pedir que ya no se telefoneara más para consultar dudas acerca del covid y ese caos se mezcló con el temor, la incertidumbre y mucho trabajo. «Había una sensación de que no sabías lo que estaba pasando y mucho menos de lo que estaba por llegar. Entrabas a los hospitales y la gente se asustaba porque llegábamos vestidos con todo el equipo», asegura la también médico Belén Mainar.

A la expansión del virus sin frenos se unió otra cuestión crítica al principio: la escasez de material. «Nos exponíamos un montón e íbamos a las atenciones con lo justo, quizás sin saber todavía hasta qué punto nos estábamos poniendo en peligro. Íbamos a domicilios donde había pacientes en parada, les practicábamos la RCP (reanimación cardiopulmonar) y luego, a las horas o los días, nos decían que era positivo en covid. Aquello mentalmente fue duro porque todos teníamos una familia en casa», cuenta Juan Arenzana, técnico en emergencias sanitarias y conductor.

De hecho, algunos como Eduardo Muñoz, también técnico en emergencias del 061, se separó físicamente durante tres meses de su mujer y de su hijo de 8 meses. «Vimos el panorama, yo trabajando aquí expuesto todo el día y decidimos que lo mejor era que se marchara al pueblo porque claro que teníamos miedo», se pregunta. «A mí mi hijo este verano me dijo que no me besaba porque yo llevaba meses diciéndole que no lo hiciera cuando llegaba a casa. Me dio un vuelco cuando escuche sus palabras», añade Lara.

Secuelas

En esta base del Servet no ha habido ni un solo contagio, han trabajado como una cadena de engranaje sin fisuras y con un plan de contingencia propio para evitar riesgos. Once meses después reconocen que ha habido urgencias «que se podían haber hecho mejor», donde podían haber llegado antes o reaccionado con los recursos de otro modo. «Siempre se puede mejorar y nuestro objetivo es salvar vidas y evitar que una urgencia vaya a más. Eso está por encima de todo», comenta la médica.

El miedo no ha desaparecido y la pandemia también les ha pasado factura a ellos. «Seguimos con sensación de estrés, de saturación, de mucho cansancio», reconoce Carmen Cacho, enfermera en el 061. Con ellos empezó todo y el hecho de que Primaria empezara a centralizar las atenciones y la realización de las PCR les liberó en cierta manera, pero reclaman que el 061 no ha dejado «nunca» de atender casos de covid. «La sensación que tenemos es que todo el mundo se ha olvidado ya un poco de nosotros», dice Cacho con cierta melancolía.

Aquellos aplausos de las 20.00 horas desde los balcones reconocen que, en los días más duros, les daban fuerza, pero insisten en que no son héroes. «Recuerdo ir en la ambulancia, parar en un semáforo, y la gente empezar a a aplaudir. Yo lo agradecía, pero me daba cierta vergüenza porque no hemos hecho otra cosa que no sea nuestro trabajo y nuestra obligación», asegura Mainar.

A todos ellos les escucha atenta y mira con admiración Irene Estrada, una médico residente que está con esta base del 061 en Zaragoza. «Claro que en la universidad no te preparan para esto, pero te subes al carro, no miras las horas ni el tiempo y tiras hacia delante con todo», asegura la joven. «Se pasa mal, pero no me puedo comparar con ellos ni de lejos», dice.

En medio de una cuarta ola de covid incesante en Aragón y de unas Navidades donde a todos les ha tocado alguna guardia en festivo, estos profesionales del 061 señalan que un nuevo confinamiento domiciliario «es difícil de encajar» cuando hay tantos sectores afectados. «Si me preguntas como sanitario, te digo que ya mismo, pero encajar eso socialmente es lo complicado y lo estamos viendo», apunta Arenzana. «El covid nos ha costado muchas vidas, demasiadas, y la gente parece no ser consciente de eso», reflexiona Mainar.

«Entrar a valorar decisiones políticas no es nuestra parcela. Todo pasa por la responsabilidad individual. Lo que no puede ser es que hace una semana estuviéramos atendiendo a una chica por un coma etílico y la Policía, en ese momento, recibiera tres avisos por botellón», cuenta Lara. Pues no. No puede ser.