FUERZAS Y CUERPOS DE SEGURIDAD DEL ESTADO

Mayandía, el vetusto cuartel de 80 años que sigue en pie a base de remiendos

La comisaría del Cuerpo Nacional de Policía fue inaugurada en 1945 y, desde entonces, se ha adaptado a los cambios con una concatenación de arreglos que no solventan las necesidades de los funcionarios

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Miguel Ángel Gracia

El viaje a través del tiempo es un elemento de fantasía al que ha recurrido la literatura y la cinematografía como hilo conductor de algunas de las páginas y de las sagas que luego han colmado las estanterías de las bibliotecas y las butacas de las salas de cine. La alegoría también ha formado parte de las listas de deseos que mayores y pequeños han escrito alguna vez a lo largo de su vida porque, entre los anhelos de inmortalidad o de riqueza, también se ha ansiado el retroceso temporal. Lejos del romanticismo y del sentimiento de nostalgia, quienes nunca habrían deseado viajar en el tiempo son los funcionarios del Cuerpo Nacional de Policía que han desfilado a lo largo de las últimas décadas por el cuartel de General Mayandía de Zaragoza, víctima de remiendo sobre remiendo desde su inauguración en 1945. De ello ha sido testigo EL PERIÓDICO DE ARAGÓN al acceder a las instalaciones con motivo del inicio de las obras de la nueva Jefatura Superior de Policía de Aragón el próximo verano y, por consiguiente, del punto y aparte a sus 79 años de historia.

La visita a la comisaría constituye un viaje en el tiempo desde el mismo momento en el que se atraviesa la puerta principal por la calle de la que tomaron nombre las dependencias en honor a un paisano y militar aragonés natural de Torres de Berrellén. Dicen que el ala izquierda de la planta calle es la zona mejor conservada, aunque el aspecto no es demasiado halagüeño entre los pasillos que conectan los despachos de la Brigada Provincial de Seguridad Ciudadana y de otros departamentos de gestión como, por ejemplo, la seguridad de edificios, las conducciones de los detenidos o la planificación de actos. Quizá sea porque el revestimiento de las paredes con azulejos en una escala de tonos fríos es más amable que la madera y las baldosas que cubren los muros del resto de las plantas. Tampoco pasa desapercibida la iluminación eléctrica con los candelabros que flanquean los pasillos.

La salida al patio interior es un golpe de realidad no solo por los nuevos y viejos modelos de vehículos que allí encuentran refugio, sino por el suelo sobre el que descansan. Y es que la parte central del parquin está pavimentada, pero los laterales son calzadas irregulares a base de adoquines que bien podrían tratarse de los originales. Son curiosas las pintadas con spray que delimitan el espacio reservado al Grupo Operativo de Respuesta (GOR) y que especifican el garaje en el que encuentran acomodo los vehículos de los Tédax y de la Unidad de Subsuelo o las motos, algunas de ellas con varios dedos de polvo. No existen carteles informativos, pero sí se ha habilitado un punto de carga para los nuevos modelos eléctricos que han llegado a las dependencias y que, por el momento, han esquivado las adversidades meteorológicas.

Un vistazo hacia arriba carga el ambiente de hostilidad al observar cuatro plantas de pisos completamente abandonados de cuyos muros solo resisten las cuerdas que hacían las veces de tendederos para los moradores. A día de hoy, las viviendas están cerradas a cal y canto salvo para los ejercicios de entrenamiento del Grupo Operativo Especial de Seguridad (GOES) porque, con un poco de imaginación, los agentes podrían trasladarse a una misión en una ciudad abandonada por una catástrofe: Chernóbil, sin ir más lejos. Más allá de los muros del viejo cuartel, el abandono de las casas también queda patente en la acera de la calle Tomás Crespo Agüero, acordonada para evitar males mayores por los cascotes de cristal que se desprenden de las ventanas.

De nuevo con la vista puesta en el patio interior, la sorpresa llega con la ausencia de adoquines y de pavimento a las puertas del garaje de la Unidad de Protección y Reacción (UPR), donde la calzada se erige en forma de pequeñas piedras e incluso de maleza sobre tierra. Todos los compartimentos, de hecho, se han ido adaptando a la evolución de la Policía porque algunos de ellos ocupan las viejas caballerías de las que se prescindió a principios de siglo XXI. Son los remiendos sobre remiendos que también alcanzan al interior de las instalaciones, como las dependencias de vestuarios que se hicieron con el espacio que ocupaba la vieja cantina. Lo mismo sucede con la oficina de denuncias, antigua peluquería.

El gimnasio, obsoleto

La actualización de las medidas de prevención de riesgos laborales también ha evolucionado con el paso de los años, de ahí la existencia de una barandilla de metal sobre la original de la escalera para cumplir con la altura reglamentaria. Al mismo tiempo que se asciende a la planta superior, una ventana entreabierta deja a la vista una barra de dominadas de metal ya en desuso. Es la antesala a la llegada de un arcaico y reducido gimnasio en el que un tatami cubre más de la mitad de la estancia mientras un grupo de agentes entrena diferentes maniobras de combate. Las mancuernas más viejas, por su parte, aguardan a las afueras del gimnasio.

A lo largo de la visita no se ha visto corretear a ninguna rata ni tampoco los empleados han querido hacer sangre, pero hay carteles que son los mejores chivatos. Uno está pegado sobre la pared de los baños e informa de una avería, según se averigua poco después, por filtraciones. El otro, más discreto y más castigado por el tiempo, cuelga de la puerta del cuarto de duchas. «Dejad la ventanas del cuarto de la ducha abierta para que no se condense el vapor y no se estropeen las paredes de las duchas», dice. «En verano», añade a mano un rotulador de color verde. A la vista quedan varias filas de sillas propias del medievo en el aula de formación, ya en el segundo piso.

Tampoco se ha podido comprobar que las tuberías sean de plomo ni se han pisado socavones por la lluvia. La climatización del edificio, eso sí, brilla por su ausencia y da la sensación de que en invierno hace mucho frío y, en verano, mucho calor. No es por la ausencia de aparatos de aire acondicionado porque todos ellos descansan sobre las repisas de las ventanas, sino por los obsoletos vidrios que parecen tan finos como el papel de fumar.

Es la cápsula del tiempo a la que están adscritos más de 600 funcionarios que visitan casi a diario las instalaciones. Otros, como los miembros de la Asociación de Jubilados, lo hacen por iniciativa propia al reunirse todos los miércoles en las dependencias de las antiguas mazmorras. La comisaría de General Mayandía, en cualquier caso, aguarda con esperanza el inicio de las obras para enterrar una concatenación empedernida de remiendos sobre remiendos. 

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