La residencia de estudiantes Ramón Pignatelli ha sido el hogar, porque así lo sienten y lo hacen sentir ellos, de los hermanos Nonay-Serrano. Felipe, estudiante de Ingeniería Informática, y Paloma, estudiante de Derecho, son naturales de Morés (Zaragoza) y para continuar con sus estudios una vez finalizado el Bachillerato se trasladaron hasta Zaragoza.

El primero en iniciar este viaje fue Felipe, hace ya cinco años. Como hermano mayor aconsejó a Paloma sumarse a esta experiencia en la residencia y, según explica ella, se ha saldado con un éxito rotundo: «Mi paso por aquí me ha servido para crecer mucho como persona y volverme más independiente. Me llevo gente muy buena, tanto con los que llegaba como con los que he conocido, ahora amigos. Pero también con el personal que trabaja en la residencia porque se han portado muy bien durante este tiempo».

«Con el consejo en casa», ahora es ella quien anima a los jóvenes a marchar allí. «El balance es súper positivo. Sobre todo lo recomiendo a nivel personal y para relacionarte con gente nueva», afirma.

Durante este año tan atípico, se ha perdido, en cierta manera, «el contacto» tanto con el personal como con los compañeros. Eso sí, el buen ambiente entre los residentes sigue latente. Tanto es así, que desde la comisión, de la que forma parte junto a su hermano, arrimaron el hombro durante los momentos más críticos: «Nos involucramos subiendo la comida a los compañeros contagiados para que la situación no se fuera más de las manos. Se la dejábamos en la puerta y así liberábamos un poco a los trabajadores», cuenta.

Mario Diestre también aterrizó en 2018 en la residencia Pignatelli, en su caso desde Illueca (Zaragoza). Él estudia Ingeniería Mecánica y este curso repetirá su experiencia en estas instalaciones. Desafortunadamente, tuvo que saborear el lado amargo de estar confinado en su habitación, con la suerte de resultar negativa su prueba PCR. Durante esos días, le dejaban la comida hasta la puerta de la habitación, con tuppers y cubiertos de plástico. «Por la mañana me llamaban para elegir los platos del menú, si quería carne o pescado». Mario lamenta que se haya perdido «el ambiente» porque las fiestas «unen mucho a la gente y más aún a los novatillos». Además, resalta la «mano dura» desde el personal de recepción durante el pasado curso, «muy necesaria» en estas situaciones. Aunque no sabe si acabará su carrera allí, de lo que sí está seguro es de que volvería a elegir este lugar para iniciar su etapa universitaria en Zaragoza.

Este año, a diferencia de Mario, los Nonay-Serrano marchan de la residencia. Con ellos una multitud de anécdotas, experiencias y, sobre todo, un buen puñado de amigos para siempre. Como dice Paloma, «si me dieran a elegir otra vez, no dudaría en venir».