Alberto Grande tiene solo 26 años pero atesora un largo recorrido en el mundo de la hostelería. Empezó con 18 a trabajar en un hotel, sector en el que hizo «un poco de todo».

El joven piensa que el problema de la falta de mano de obra viene de lejos. «Llevamos arrastrando décadas la mala prensa de que tenemos malas condiciones laborales. Pero no se deja de decir la verdad, porque es un oficio muy duro», resume Grande. Es un trabajo muy duro, repite, porque requiere constancia y un aprendizaje continuo. «Pero a la vez es muy agradecido. La buena respuesta del cliente siempre alegra», añade.

Para este profesor técnico de FP de hostelería, la clave para solventar la escasez de trabajadores pasa por dignificar la profesión, fomentar la formación y luchar contra el intrusismo laboral. «Claro que hay profesionales que pueden trabajar, pero no quieren ir por las condiciones laborales. Un chaval que sale con un grado superior no se mete a trabajar 12 o 13 horas por 1.100 euros», asevera.

Él también tuvo malas experiencias. Le ofrecieron una oferta de trabajo en un restaurante y al preguntar por la jornada laboral le dijeron que dependía del volumen de clientes. «Ya sabes cómo es la hostelería», le soltaron. Contestó rápido: «Lo sé, y así no es como debe ser».

No obstante, recalca que «no toda la culpa es de los empresarios», sino de «los malos empresarios» y de «los malos profesionales». Destaca en este sentido que los hoteles son el gremio hostelero «que mejor trata al trabajador»

Con todo ello, la base del cambio está en las escuelas de hostelería. «Hacemos todo lo posible y conseguimos sacar buenos profesionales», expone. Lo siguiente será convencerlos de salir a este mercado laboral. 

«La gente se va porque trabajar en el almacén es más cómodo»

Lo primero que dice María León sobre su vida laboral en la hostelería es contundente. «He pasado de todo», asevera. Recuerda que en su primer trabajo, en el restaurante en frente de su casa, llegó el primer día y le pusieron delante un mono de pesca, botas y un estropajo de alambres. Había una fregadera con dos planchas «enormes» llenas de sosa cáustica. «El dueño me dijo: Si me las dejas limpias, te contrato», rememora. Es una de las historias que le valen a esta mujer de 53 años para asegurar que la hostelería pervive «con los mismo malos hábitos que en el año 85, cuando yo empecé».

«La gente no quiere trabajar en el sector porque se han dado cuenta de que trabajar en el almacén es más cómodo y se gana más. Es normal que la gente se vaya», asegura. Pero María tiene una solución. O varias. «Siempre se ha dicho que un trabajador contento rinde 50 veces más que uno descontento. Hay que dar incentivos al personal. Si te vendo mil cocacolas, que te paguen algo más», apuesta. Es más, la negociación de «buenos convenios con honestidad» también impulsaría el regreso de los trabajadores al sector. Y, por supuesto, algo en lo que coincide con patronal, sindicatos y los testimonios que en esta página la acompañan. «Hay que dignificar la profesión, ganar en profesionalidad. Ahora hay pocos camareros y muchos portavasos y portaplatos», sentencia León.

Además, esta cocinera pone el énfasis en la situación de las mujeres en el gremio. «Tenemos que demostrar el doble que un hombre. Me parece algo inaudito, muchas tienen un talento tremendo y siguen mandándolas a fregar», apunta. Aún con todo, dice María que ella tuvo suerte. Encontró empleo en un comedor y allí lleva 16 años, donde ahora trabaja. 

«Hace 20 años se trabajaba en mejores condiciones que hoy»

«Yo soy la albañil. O lo era. Ya no sé ni lo que si soy». La sentencia la firma Miguel Luzán, trabajador de la construcción desde los 16 años, cuando siguió a su padre a la obra. Ahora, con 58, lleva desde 2019 esperando a que le concedan la incapacidad laboral después de un «jetazo» en la espalda que sufrió mientras trabajaba le provocó lesiones en las vértebras cervicales y lumbares, lo que le impide trabajar. No quiso denunciar cuando fue despedido dos días después de cogerse la baja. «Estaba con un jefe con contrato de joven emprendedor y no quise hacer sangre», dice.

Luzán conoce el sector y no se extraña del éxodo de trabajadores en la construcción. «Los empresarios no encuentran mano de obra a las condiciones que ellos quieren. Tengo amigos que se han ido a fábricas a cobrar 1.100 euros en vez de los 1.500 que les ofrecían en la obra», asegura Luzán.

«Es más», continúa este hombre, «hace 20 años se trabajaba en mejores condiciones». De hecho, denuncia que le ofrecieron un puesto de oficial de primera con un contrato de oficial de segunda.

Para él son múltiples las realidades por las que no es un trabajo atractivo. «El problema es que cuando vas a la obra trabajas en la subcontrata de la subcontrata. Y para ejecutar las obras, ¡haz contratos decentes! De 8 horas y de dos años de duración», exclama. «Es que he visto obras en las que trabajaban a 5 y 6 euros la hora. Con eso tienes que hacer 12 o 14 horas diarias para llevarte un jornal», afirma. Por otro lado, cree conveniente que hay que motivar a los jóvenes pagándoles mientras aprenden.

Luzán asegura que es fácil comprobarlo. Insta a los lectores a ponerse delante de una obra y observar. «Mira las horas que hacen. Esas condiciones no son las del contrato», lamenta Luzán.