«A ver, que esto es muy sencillo. Si tú llenas un vaso de agua y le metes tres piedras ¿qué pasa? Que se desborda. Pues en el río pasa lo mismo». Esta es la explicación de Roberto Duarte, uno de esos lugareños de los de toda la vida, de los que ha visto tantas y tantas riadas por su pueblo, Pradilla, donde se ha elevado por seguridad la altura de la mota que rodea el municipio, hasta tres kilómetros. «La que hubo en los 60 sí que fue gorda y extraordinaria», dice.

En los pueblos ribereños siempre se dice lo mismo: hay que limpiar el cauce del Ebro. En Pradilla, donde esta mañana de lunes reinaba la alegría después de haber hecho frente a una crecida histórica, los agricultores admitían que la actuación que se realizó después de 2015, rebajando la altura del parque que se encuentra entre el puente de Pradilla y Boquiñeni ha evitado la catástrofe. «Lo poco que se ha hecho en el río ha permitido que hoy (por ayer) estemos aquí. Es la prueba de que merece la pena porque hemos tenido 9,14 metros de altura, más que nunca, y las afecciones han sido menores», explicaba Antonio Pallarés, un agricultor con sus 12 hectáreas completamente anegadas de alfalfa y trigo.

«La que hubo en los 60 sí que fue gorda y extraordinaria»

Este municipio, con unos 600 habitantes, ya sabe lo que es tener que ser evacuado y salir corriendo con lo puesto. Les sucedió en 2015 y este fin de semana han estado vilo porque parecía que el Ebro iba a volver a devorar sus calles. «Estamos siempre con la misma matraca, que si nos desalojan que si no. Que limpien el cauce de un vez, que nosotros ya sabemos lo que tenemos que hacer. Conocemos el río muy bien», decía «don» Enrique Carcas, más conocido como Puskas en el pueblo. Como él, otros tantos rodeaban una hoguera encendida frente a la mota cercana a la localidad. Podría decirse que era el punto de avituallamiento donde el vino fue el mejor amigo de alguno que otro.

Mota en Pradilla, este lunes Ángel de Castro

Admiten que no ha sido el mejor fin de semana, que el Ebro les ha quitado el sueño, «pero no la alegría». «Aquí estamos acostumbrados a que el Ebro se desborde. Son muchos años ya así que no nos asusta», aseguraba Roberto.

Con la calma de saber que no iban a tener que salir pitando, en este corrillo de «gente del pueblo, los majos», se sucedían los debates con más facilidad que en un plató de televisión. Eso sí, con una misma temática: el agua.

«Aquí importamos bien poco porque somos cuatro gatos. Mientras en Zaragoza no tengan problemas serios todo lo demás de igual», criticaba Manuel Casas, alentado por sus colegas. «Es que es verdad, los de la ribera somos los paganos y estamos cansados de decir que hay que actuar en el cauce pero no hay manera de que los ecologistas nos escuchen», prosigue.

«Yo no quiero que me paguen la cosecha perdida, solo recuperar el dinero que ya he invertido»

Antonio Pallarés ha invertido más de 3.000 euros en sus campos de trigo y unos 2.000 en los de alfalfa. Una cosecha que puede perder por completo, aunque dependerá de los días que sus terrenos permanezcan anegados. «¿Sabes lo que me va a pasar? Que el trigo había empezado a salir ahora y si no tiene una altura determinada el seguro no me lo cubre. Los políticos tendrían que obligarles a cubrir los daños que se producen durante una avenida extraordinaria», comenta, también al calor de la hoguera. «Yo no quiero que me paguen la cosecha. No les pido eso, solo quiero reponer lo que ya he invertido».

Otro agricultor que, casualidades, también se llama Antonio, tiene el mismo problema. Con otras 12 hectáreas de cultivo, «parte en zona inundable», no quiere ni calcular las pérdidas. «Este año decidí que no pagaba el seguro. ¿Para qué? Solo son problemas porque a la hora de la verdad nunca te cubren nada. Es que estoy harto».

Caseta de referencia para los vecinos de Pradilla. ÁNGEL DE CASTRO

Así transcurrió una fría mañana en Pradilla, cubierta por la niebla. Una imagen muy similar a la de Boquiñeni, donde los vecinos encendieron otra hoguera sobre el camino que ejerce de mota para controlar el caudal del río, similar al de Pradilla.

Es fácil adivinar cuál era el tema de conversación en este otro punto del río que también se ha librado de una evacuación que por momentos llegó a parecer inminente.

La diferencia es que mientras que en Pradilla el agua que recorría una de sus calles procedía de una tubería rota -- «ya es casualidad», decían con sorna-- en Boquiñeni los efectivos de la Unidad Militar de Emergencia (UME) trataban de achicar el agua que se había colado en la depuradora del municipio. Un trabajo amenizado por el apoyo de los vecinos. Eso sí, desde el calor de la hoguera.