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Los miembros de la asociación motorista P.I.C.A Aragón, de la que forma parte Eva. | EL PERIÓDICO

Una lacra social

«Estoy aprendiendo a dar abrazos», dice una zaragozana víctima de abusos sexuales

Eva los sufrió cuando era niña aunque no lo manifestó hasta los 30 años / Actualmente forma parte de una asociación motera de protección a la infancia

Tiene 48 años y sufrió abusos sexuales «desde no recuerdo» hasta los 14 años, cuenta la zaragozana Eva García; quien no contó lo padecido a sus padres hasta los 30 años y se fueron enterando «poco a poco». Y todo fue porque tenía una «relación cruel con una pareja y puso todo en redes sociales». Entonces «caí en picado» porque lo había tapado hasta entonces. Esa fue la punta del iceberg, ya que cuenta que había tenido «relaciones muy tóxicas, que me hacían daño, pero yo lo veía natural".

A su abusador, una persona de su entorno, lo ha ido viendo en estos años y cada vez que lo hacía «me temblaba la voz». Espera, algún día, poder decirle cara a cara lo que sufrió y también a otros miembros de su familia que aún no lo saben. Sus hijos sí, porque quiso hablarles «desde bien pequeños, aunque no tan crudamente, por si tenían algún problema», explica.

Sus padres estaban «volcados en el trabajo» y no se dieron cuenta de lo que ella sufrió durante años, aunque también explica que cuando lo supieron reaccionaron «casi con normalidad». Eva no lo contó antes porque «cuando eres pequeño no sabes cómo actuar».

"Las víctimas vivimos luchando e intentando sobrevivir" porque "la curación nunca llega"

Ha pasado mucho tiempo, pero tiene claro que «la curación no llega». Eva tapa todos sus problemas «trabajando». Ahora «estoy aprendiendo a dar abrazos» porque «me costaba que me abrazaran y me tocaran», explica. Se define como una mujer «fuerte», que sigue «recomponiendo» su vida.

En sus momentos más bajos, entró en contacto con la asociación motorista Protección a la Infancia Contra el Abuso (P. I. C. A), que le ayudó mucho y ahora forma parte de ella. Trabajan con Fiscalía de Menores tanto con menores víctimas de abuso sexual como de otros abusos. Llevan un chaleco que les distingue del resto y los niños «son nuestros protegidos». Su labor es la de acompañares, que «se sientan queridos, darles lo que no han tenido, también pautas y normas».

"Soy fuerte, estoy recomponiendo mi vida y sé lo que quiero", asegura esta mujer, a quien le hubiera gustado tener en su infancia un apoyo como P. I. C. A.

A ella le hubiera gustado tener en su época este apoyo porque «yo fui una niña rebelde, pero era una manera de llamar la atención. ‘Hasta que te estrelles’, me decían; y al final me estrellé», cuenta. Pero también reconoce que «hay salida». Sigue acudiendo a una psicóloga y en tratamiento psiquiátrico pero espera «no llevarlo para siempre y por eso lucho»; por que de lo que se trata es de «intentar sobrevivir» porque «hay gente que no puede con esto».

Desde P. I. C. A. acuden a centros escolares para dar charlas sobre bullying y abusos sexuales. «Hay que dar más», dice. «Cuando eres adulto es un proceso muy largo y doloroso. Lo importante es que desde pequeño se pudiera atajar»; de ahí la importancia que dan a la «detección precoz» a que «los niños no tengan miedo a contarlo» porque en el momento que se denuncia «se ataja y se corta» mucho antes el sufrimiento.

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