PRIMER ANIVERSARIO DE LA TRAGEDIA

Un año del incendio del Moncayo: "Los chavales hicimos lo que pudimos para que no se quemara nuestro pueblo"

Los pueblos afectados se enorgullecen de sus vecinos por cómo se lanzaron al campo con tractores, azadas, cubos de agua y mangueras para evitar que ardieran sus casas

"Los hombres de Vera se quedaron a hacer cortafuegos con los tractores y las azadas porque había fuego por todos lados. Los verdaderos héroes fueron ellos: ¡nuestros hombres!", dice la carnicera de Vera

Hace unos cuantos meses que el carrascal de Maderuela en Vera de Moncayo y el monte de Los Valles en Alcalá de Moncayo yacen ennegrecidos a las mismas faldas de la sierra que les brinda apellido. A estos parajes se llega por una Z-373 flanqueada por ciertos brotes verdes de maleza en forma de aliagas y coscojos que reflejan el espíritu de los moncaínos ante una pesadilla con llamas, humo y cenizas de por medio. Hoy se cumple un año del inicio del incendio del Moncayo y ese punto cero del fuego nada tiene que ver ahora con el que compara Jaime desde su móvil por medio de una fotografía que tomó del paraje la madrugada de ese funesto 13 de agosto de 2022. «Los chavales hicimos todo lo que pudimos para que no se quemara nuestro pueblo. Formamos una cadena humana y nos pasábamos cubos de agua desde las casas para ver si se refrescaba», dice este adolescente de Alcalá. «Los hombres de Vera se quedaron a hacer cortafuegos con los tractores y las azadas porque había fuego por todos lados. Los verdaderos héroes fueron ellos: ¡nuestros hombres! Si no hubiera sido por ellos y por toda la gente joven...», cuenta Josita en la carnicería de Vera.

Estos pueblos del Moncayo están bien pitos con la actuación de sus vecinos y en este multiservicio con chuletas de ternasco, muslos de pollo y demás viandas –también pan y prensa– no dejan de aplaudir la valentía de los hombres de Vera. «Cuenta, Mari Carmen, cuenta. ¿A que tu marido estuvo labrando con el tractor? ¡Y ella fue una de las pocas mujeres que se quedó aquí!», le dice Josita a su compañera de mostrador. «Estuvimos echando agua y apagando el fuego porque lo teníamos enfrente de casa», asiente Mari Carmen. «Es que fue desesperante, angustioso, inquietante. El cielo estaba totalmente naranja y el viento era muy fuerte y muy caliente», continúa Josita al tiempo que le da la vez a Ana, una jubilada de Vera que tuvo que salir de casa con sus tres nietos, «sin saber qué iba a pasar» y con destino al polideportivo de Tarazona para finalmente ser realojados en el albergue de Torrellas. «Les estamos muy agradecidos porque no solamente nos acogieron, sino que nos cuidaron. ¡No nos dejaron pagar ni un desayuno!», ríe Ana.

«Se preparó un ‘chandrío’ tremendo porque estábamos rodeados por barrancos, que fueron los hilos conductores del fuego», le interrumpe Josita. Fuera de la carnicería, este resquemor es todavía más acuciante en medio de un paraje repleto de carrascas calcinadas (Maderuela), donde un agricultor de Vera (José Luis) habla de «quemar acequias» y «meter al ganado en el monte». «Mucha de la culpa es que no dejan limpiar nada y, cuando cae una cerilla, es imposible apagarla. Hubiera sido la mitad si dejaran hacer lo de antaño. ¿En qué basan la política forestal?», suspira José Luis, otro de esos hombres de Vera que se quedó a salvar su pueblo, «el más afectado con diferencia» al ver calcinado entre el 80 y 90% del término municipal.

Su gestión forestal, sin traje y sin corbata y a golpe de todoterreno, incluso da por «bueno» quemar esas aliagas –«sino, el suelo se hace viejo y no cría»–, si bien el monte de carrasca con ejemplares de 150-200 años ya es otra historia. «Ya no lo conoceremos como antes, cuando dejaban quemar esas acequias y las orillas: el fuego entró por allí», señala José Luis.

Josita y Mari Carmen, trabajadores de la carnicería de Vera de Moncayo.

Josita y Mari Carmen, trabajadores de la carnicería de Vera de Moncayo. / ÁNGEL DE CASTRO

Precisamente se refiere a uno de los ribazos de este paraje de Maderuela, casi un nido de peregrinación para los vereños porque cada uno de ellos conserva una parcela para apilar ramas y troncos de carrasca en sus leñeros. «Le hemos tenido siempre mucho cariño. A mí aún no me han querido llevar hasta allí», casi llora una vecina (Mari Carmen). «A mí lo que me da pena es ver esto así. Lo he conocido desde que era crío porque lo he mamado con mi padre, que venías a por leña para hacerte las chuletas en el hogar. De un día para otro te lo encuentras así...», prosigue el mismo José Luis, uno de esos hombres multitarea de pueblo que también ejerce de concejal y, con ello, se ha llevado algún que otro quebradero de cabeza para ultimar la apertura de las piscinas al quemarse el césped y «unas moreras grandes» que rodeaban el vaso. «Son de crecimiento rápido y en tres o cuatro años nos darán una sombra que hasta habrá que recortarlos», tranquiliza.

A lo largo de la travesía que cruza todo el pueblo, desde La Corza Blanca –«era un emblema»– hasta las mismas piscinas, los hay que toman la fresca a primera hora de la mañana como Antonio, un vecino de Litago interno en la residencia del Sagrado Corazón. «Estábamos jugando a los ‘seises’ en el salón y estaba ya el humo por allá (señala el Monasterio de Veruela). Nos metieron en el coche y se nos llevaron. No nos dejaron ir a la habitación ni a por la máquina de afeitar», cuenta.

"Fue un grupo de gente del pueblo que lo hizo muy bien. Con todo lo que arriesgaron se ha fomentado un orgullo de pertenencia por afrontar algo dantesco"

Javier

— Vecino de Alcalá de Moncayo

El camino por esta travesía y la Z-373 llega hasta el municipio vecino de Alcalá del Moncayo, erigido sobre una vega verde en la que cuesta imaginar bolas de fuego campando a sus anchas. «¡No me acuerdo ya de nada!», bromea Álvaro a las puertas de su casa, un jubilado alcalaíno que prefiere alejarse de ese «algo fatal» para quedarse con cómo va «tapizando» el suelo y generando brotes verdes que también alcanzan a los almendros. «El fuego avanzaba más rápido que los coches y... ¡menos mal que los vecinos gestionaron todo y salieron a los campos a hacer algún cortafuego!», felicita. «Organizaron todo fenomenal. ¡Fueron unos campeones!», le recuerda su vecina. «Fue un grupo de gente del pueblo que lo hizo muy bien. Con todo lo que arriesgaron se ha fomentado un orgullo de pertenencia por afrontar algo dantesco», aplauden Javier y Mayte, un matrimonio con segunda residencia en Alcalá y más que arraigado en el pueblo con sus tomates y calabazas en el huerto y sus cultivos de secano. «Ayer estuve viendo mis olivos y volví emocionado porque ya estaban rebrotando. ¡Verlo verde te cambia la vida!», exclama.

Los vecinos de Vera de Moncayo lamentan cómo quedó el carrascal de Maderuela.

José Luis, agricultor y concejal de Vera de Moncayo lamenta cómo quedó el carrascal de Maderuela. / ÁNGEL DE CASTRO

Uno de los héroes anónimos que se lleva todos esos aplausos es Jaime. «Yo estuve aquí (en la ladera) con la manguera. Empezamos a ver ahí una humareda y salimos corriendo a por cubos de agua. El fuego nos subió en 40 minutos y el miedo que teníamos es que pasara a las casas con el aire y el calor que hacía ese día. Respondimos lo más rápido que pudimos e hicimos de todo para que se quemara lo menos posible», relata este adolescente de 17 años, recordando que la mayor parte del pueblo estaba en el concurso de ranchos del pabellón por lo que fue «fácil organizar» el desalojo mientras ellos combatían el fuego en la ladera. «Estábamos regando y te venía una oleada de humo que no te dejaba ni respirar. Te mareabas mucho porque solo tenías una nube de humo. Nos quitamos la camiseta y nos la pusimos a modo bandolero», finaliza. 

Una fuente para recordar por siempre a los valientes de Vera

Nadie en Vera de Moncayo olvida a los valientes que se lanzaron al campo con sus tractores y azadas para hacer cortafuegos y evitar que el fuego «brincara» a sus viviendas. Por eso el ayuntamiento ha decidido instalar una fuente conmemorativa que, precisamente, se va a inaugurar hoy a las 12.00 horas con motivo del primer aniversario del incendio del Moncayo. El acto queda enmarcado en plena celebración de sus fiestas patronales y contará con la participación de vereños y demás vecinos de localidades próximas que deseen unirse al homenaje.

Con este detalle, el alcalde de Vera, Ángel Bonel, quiere reconocer el «valor» y la «generosidad» de sus vecinos. «Que quede en la perpetuidad el acto heroico de defender el pueblo de Vera. Sacaron fuerzas de donde no las había y, ahora, dices muchas veces: ‘¿cómo hicieron eso?’ Tenemos ese orgullo de que no se quemara el pueblo», admite Bonel,

Se trata de una imitación de piedra diseñada por un vereño –¡«uno de esos artistas»!– y que representa a dos vecinos tratando de sofocar dos lenguas de fuego. El entorno también se está poniendo a punto porque las llamas devoraron los setos que flanqueaban las aceras de la travesía.