Lugar y sonido equivocados. La sentencia, acertadísima, la soltó un espectador al finalizar la actuación del senegalés Youssou N´Dour, una de las estrellas más refulgentes de la llamada world music . Para mayor precisión hay que aclarar que un error llevó al otro: la sala Mozart, que demuestra su plenitud acústica en los conciertos de música clásica, se resiste a sonar decentemente cuando la música que en ella se ejecuta está amplificada.

Ese dato, casi axiomático, volvió a ponerse anoche de manifiesto; de manera, que la elección equivocada del recinto trajo como consecuencia lo previsible: un sonido opaco y embarullado, inadecuado para disfrutar de las propuestas de N´Dour. Bueno, de N´Dour y de cualquiera que no sea la Sinfónica de Londres, Arcadi Volodos o Andras Shift.

Youssou cerraba anoche, fuera de abono, el programa Jazz Zaragoza: con la sala Mozart llena de público y con un buen número de espectadores senegaleses con ganas de fiesta. Una celebración que habría alcanzado su mejor nivel en la Multiusos (aquí se han celebrado, con sonido brillante, el resto de los conciertos del ciclo), mas parece que ese recinto estaba anoche ocupado con los preparativos de Expobodas, muestra sobre el vestuario y los complementos necesarios para el casorio, que en breve abrirá sus puertas. Nada que objetar a Expobodas o a Expobautizos, pero convendrán conmigo en que si se hace el esfuerzo de traer a Youssou N´Dour a Jazz Zaragoza hay que cuidar el escenario.

EL LEON DE DAKAR

Youssou N´Dour sí mimó su oferta y ofreció un concierto con la enjundia y la energía necesarias. Sobre todo, si tomamos como referencia la actuación que el verano pasado ofreció en Pirineos Sur, más propia del hilo musical que de un directo. Lo de anoche fue otra cosa, aunque el repertorio fue similar a la que propuso en Lanuza.

Sólo un detalle: una pieza como Seven secons , que en Pirineos Sur despachó N´Dour con una insulsez aplastante, la abordó ayer el músico en la Mozart con gran pulso soul y atmósfera densa. Y como esa, otras canciones del programa, que los senegaleses presentes en el concierto saludaron con gran alborozo. A ellos importó poco que el sonido no fuese brillante: querían pasárselo bien (los no africanos también, claro), agasajar a compatriota y bailar lo más cerca posible de él. De ahí que llevasen de calle al servicio de seguridad de Youssou, y pusieran de los nervios a los sufridos trabajadores de la Mozart, poco habituados a unos espectadores cuyos traseros les queman en los asientos al escuchar la llamada de ese vigoroso tambor parlante llamado tama.

En fin: mientras unos bailaban ajenos al barullo, otros intentaban disfrutar de manera más sedentaria de una actuación en la que se adivinaba el pulso, pero de la que se perdían los detalles. Y eso que, en honor a la verdad, hay que constatar que el guirigay fue menor de lo que algunos esperábamos.

Tal vez ha sido mala suerte, pero las últimas veces que he visto a Youssou N´Dour en directo, el león de Dakar no rugió con el ímpetu que promete su voz extraordinaria. Anoche, con la fiera despierta y con las zarpas bien dispuestas, pintaban calva la ocasión para desquitarse de aciagas fortunas pasadas; pero las bodas, las comuniones o la vainas que sean dieron al traste con las previsiones. Lástima no ser senegalés.