Bustamante, o el arte de hacer vibrar a un Auditorio abarrotado
El cántabro ofreció un concierto ante un público completamente entregado
Si la velocidad resulta de dividir el espacio entre el tiempo, el tiempo es el espacio partido por la velocidad. ¿A qué viene todo esto? Pues muy sencillo: resulta que David Bustamante rompió anoche todos los postulados de esta fórmula. La sala Multiusos del Auditorio, llena. La expectación, por las nubes. Y Bustamante, pese a la espada de Damocles de la Justicia cernida sobre su cabeza por unos supuestos malos tratos a su ex novia, pletórico. Y se formuló la ecuación. ¿Tiempo que tardó Bustamante en provocar el delirio y dar a Cruz Roja horas extras de trabajo por lipotimias y desmayos? Ni siquiera el comprendido entre la puerta del escenario y éste. Aún no había salido cuando los gritos de histeria se apoderaron de la sala. Pero eso no fue nada. Porque salió. Y de qué manera.
Vaqueros ajustados, camiseta negra y americana, de la que luego se desprendería, Bustamante hizo acto de presencia y dijo: "Buenas noches, Zaragoza. Os quiero". Ovaciones, interpelaciones ("Busta, quiéreme", gritaba alocada una espectadora de apenas quince años) y exclamaciones de admiración. A cantar. Todos los temas, todos, tuvieron su coro total con el respetable. "Como la primera vez que actué al salir de OT fue en Zaragoza, os quiero devolver el favor --afirmó el cántabro-- y me voy a poner un cachirulo". Con el pañuelo anudado al cuello cantó dos canciones llenas de movimiento y bailes acompasado al milímetro con sus bailarines. Ora temas alegres, ora temas pausados, su actuación fue un compendio de sentimiento, arrojo y saber estar en el escenario. Y también, por qué no, de morbo. Como cuando preguntó "¿Habéis venido con pareja?". Porque ante la respuesta coral "no" dijo: "No sé qué pasa, pero últimamente todo el mundo está soltero", con una sorna pícara sin igual.
Todos disfrutaron del regreso a Zaragoza de Bustamante. Porque, temas personales aparte, su actuación fue de las que animan a ir a un concierto. A todos. Porque, aunque abundaban los jovencitos, mayores también había. Lo que sucede es que, lejos de los focos y el aglutinamiento, bailaban tranquilamente y en la oscuridad los temas románticos. Una noche para todos.