No aparece en la muestra ni una sola obra de Salvador Dalí, pero su imaginario surrealista late en las 80 piezas de 36 artistas que la muestra Huellas Dalinianas presenta desde ayer en el Paraninfo de la Universidad de Zaragoza (Plaza Basilio Paraíso, 4).

En 1929, cuando Dalí se instala en París, afincado definitivamente en el surrealismo en diálogo con Arp y Tanguy, ya había dejado en España su impronta de una manera profunda. Su universo de formas blandas, acantilados humanoides, formas óseas, seres putrefactos, arenas, conchas y guijarros, sansebastianes, canibalismo, espejos, lejanías, barcas y lágrimas fue adoptado por numerosos artistas, auténticos seguidores, algunas veces, descarados imitadores.

La exposición da muestra de esta huella daliniana en las obras de artistas de la vanguardia española entre los años 1927 y 1939. Alberto Sánchez, José Caballero, Antoni Clavé, José Moreno Villa o Jaume Sans son algunos de los artistas presentados. El comisario de la muestra, Jaime Brihuega, matizaba ayer que había que entender "imitación en el sentido moderno que damos al término de apropiación. Es decir, suplantación de Dalí con sus propios cinceles, cosa que es absolutamente daliniana porque Dalí se pasó haciéndolo toda la vida con la obra de los grandes maestros".

La muestra se estructura en ocho capítulos. El primero, llamado Huellas compartidas reúne los dibujos que Federico García Lorca realizó en su convivencia con Dalí, cuando los dos asimilaron la nueva corriente europea y formaron con Buñuel la célula central del surrealismo español: Las manos cortadas, el Pierrot priápico, la ambigüedad sexual, figuran en estos dibujos invadidos por las retículas extraídas de los dibujos que Cajal copiaba de los tejidos cerebrales vistos al microscopio. Estos dibujos, situados en un cubículo, son las esporas iniciales del surrealismo español y la presencia indirecta más intensa de Dalí en la exposición.

LA PULSION DE LA TIERRA

Huellas en la tierra , a continuación, muestra el diálogo de muchos artistas con el Dalí de las rocas, las conchas, los guijarros y la arena. La pulsión de lo telúrico. La poética de la Escuela de Vallecas protagoniza esta sección a través de obras de Alberto Sánchez (hallados por milagro los dos bocetos para el decorado central de Fuenteovejuna) , Benjamín Palencia, Antonio Rodríguez Luna o Maruja Mallo.

Huellas blandas y Huellas en un espejo aparecen fundidas (estaban separadas en el Reina Sofía). Oscar Domínguez presenta unos caballos especulares con planos infinitos y cometas y una dama con los brazos arrancados a la altura de la Venus de Milo, mientras que sus manos ensangrentadas tocan el piano.

La carne atemorizada por la flaccidez vulnerable protagoniza la obra de González Bernal. Toda la sala está inundada de una luz surreal: Huellas en línea : Caballero, Gonzalez de la Serna, Lekuona, Viola.. tiene como argumento el grafismo monocromo del dibujo y como argumentos, los dulces placeres, el sadismo.

Huellas superpuestas (collages), Huellas en la luz , (fotografías) dan paso a la gran sorpresa: En una sala inferior están las esculturas, en unas vitrinas iluminadas como si fueran joyas. Entre ellas, la única que quedó de la Escuela de Vallecas. Alberto Sánchez se la llevó a Rusia en el desbarajuste del exilio que acabó con la animosa saga de los dalinianos españoles.