Durante décadas, Thom Mayne se ha considerado y ha sido visto como un outsider en la arquitectura. Se ha hartado de discutir con quienes intentaban echar por tierra sus sueños alzados en maquetas y papel. Ha llevado con ortodoxia su heterodoxia, fragmentando edificios, dándoles ángulos imposibles, desnudando sus estructuras, jugando con el equilibrio. Y aunque hace ya un tiempo que el enfant terrible de la arquitectura californiana entró en la restringida élite mundial que maneja proyectos de cientos de millones de euros, también ha sabido mantener cierto espíritu rebelde. Por eso hoy, cuando el jurado del Pritzker le hace oficial ganador del premio este año, Mayne lo celebra como una reivindicación.

"Toda tu vida te dicen que eres un outsider, que hay cosas que no puedes hacer, y luego te homenajean por eso", ha declarado el arquitecto, de 61 años, que cree que el Pritzker confirma "la necesidad de tener convicciones y creencias propias y de trabajar con integridad".

Con el Pritzker --otorgado desde 1979 por la Fundación Hyatt, dotado con 100.000 dólares y conocido como el Nobel de la arquitectura-- se alimenta el escrutinio de los proyectos de Mayne. Entre éstos figura la construcción de 141 viviendas sociales en el Ensanche de Carabanchel, en Madrid; y la Villa Olímpica de Nueva York, que se alzará sea o no sede de los Juegos del 2012.

En palabras del jurado del Pritzker, Mayne es "un producto de los turbulentos años 60 que ha llevado la actitud rebelde y el ferviente deseo de cambio a la práctica, algo cuyos frutos empiezan a ser ahora visibles"; es dueño de "un estilo arquitectónico audaz" y refleja "la cultura única y en cierta forma desarraigada del sur de California".

Llegar al reconocimiento que antes han tenido, entre otros, Frank Gehry, Rafael Moneo, Rem Koolhas y Zaha Hadid no ha sido fácil para Mayne. Expulsado de la Politécnica de la Universidad de California, Mayne fundó en 1972 la escuela alternativa de arquitectura SCI-Arc. Ese mismo año fundó Morphosis, el ahora relevante estudio de Santa Mónica.

En 1974 logró su primer premio, pero pasó dos décadas en relativa oscuridad, trabajando en el diseño de casas, restaurantes y oficinas, proyectos que en muchos casos, y dada su tendencia a discutir con los clientes, ni siquiera conseguía realizar. A mediados de los 90, y tras varios trabajos fuera de EEUU, empezó a granjearse el respeto internacional.

Mayne sitúa el punto de inflexión de su carrera en la construcción del Instituto Diamond Ranch en Pomona (California). "Todo el mundo decía que no podríamos hacerlo, y demostrar que no era imposible fue la parte más divertida".